sábado, agosto 04, 2007

Crítica: Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny

Director: Mario Gas
Intérpretes: Constantino Romero, Mónica López, Teresa Vallicrosa, Antoni Comas, Pedro Pomares y Enrique del Portal, entre otros


Le damos un 8

Monumental y convincente es la adaptación con la que Mario Gas inaugura un prometedor espacio, una ópera en la que se unen los planos escénico y musical y no ha lugar al aburrimiento.

No propondremos juegos metafóricos, así que obviamos lo que se nos pasaba por la cabeza, es decir, que Gas nos lleva al matadero de la misma forma que los padres de la criatura condenaron al nacionalsocialismo germano. Permítanme sólo un guiño: por una vez conviértase en oveja, de manera alegórica, claro está, y conviva durante unas horas con los lobos de Mahagonny.

Se las apaña el director del Teatro Español para recrearse cada verano en su parcela operística y, en lugar de refugiarse y aislarse, la da a conocer. Y da igual que sea un programa doble de zarzuela (Adiós a la bohemia / Black, el payaso) que una pieza inteligente (otra más) de Kurt Weill y Bertolt Brecht, ese tándem que da muestra del genio alemán en una época de desazón alemana.

Resulta jugoso este montaje que no se pierde en la inmensidad del espacio bautizado como Naves del Español. Habrás que ver cómo funcionan otros, pero frente a la opción elegida, la de levantar dos gradas –más incómoda la lateral-, se extiende la ilusoria aunque bien construida geografía de esta ciudad quizás no tan ficticia o al menos premonitoria.

Y no se preocupe si al principio cuesta abarcar toda la escena, ya que tendrá tiempo para desmenuzar, con ayuda de la voz del Santiago Ramos narrador, el horizonte realzado por la luz estudiada de Javier Aguirresarobe. Por cierto, aprovechando la labor de este hombre de cine, no abriremos aquí el debate acerca del formato panorámico de la escena: convence y punto.

La suerte o la desgracia de programar una ópera es que, debido al trabajo de voz que se realiza, los intérpretes se turnan en escena. Al que suscribe le tocó una representación en la que actuaban los "suplentes". Es decir, no estaban Mónica López y Constantino Romero, llamémosles cabezas de cartel, y no les eché de menos, por lo que el impacto con ellos, los "oficiales", ya debe ser mayor.

El gestor teatral se mantiene a un lado y sobresale el genio del director de escena, capaz de orquestar a más de 80 artistas sobre el escenario. Animado por el ritmo que se consigue, las escenas que más me convencieron fueron las corales, los cuadros multitudinarios, en los que se veía cómo se apoyaban unos en otros. Eso es el teatro, musical o no, un trabajo en equipo, donde uno se deja caer sobre los brazos de otro y aquí esa labor y ese valor destacan sobre todos los demás.

Siguiendo en la línea, déjese caer en la grada. En total serán más de tres horas, pero merece la pena: no siempre tenemos la oportunidad de asistir al nacimiento de una nación dominada por la bravuconería –ahí la crítica-, y además, inaugurar espacio que pronto será referente.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Crítica: El día del padre

Le damos un 4

Monocorde, plana, sin puntos de inflexión... Así es esta obra que sólo persigue llenar el patio de butacas, aunque a un alto precio, sobre todo para los intérpretes. Lo bueno es que la memoria es frágil.

Pero no siempre... Hace unos meses asistí a la representación de una pieza, bastante patética –todo hay que decirlo-, que me provocó una sensación de angustia tal que hizo replantearme si mi gusto estaba entrando en crisis: todo el mundo a mí alrededor se reía y, lo cierto, es que no sabía de qué.

Sirva esta batallita de introducción a la reseña de este montaje y quédese con lo de la angustia, no con lo del patetismo, tampoco vamos a arruinar la vida de los que ponen en escena esta obra con trama reiterativa y pocas gracias, por no decir ninguna. Este planteamiento le permite ponerse en situación, saber con qué se va a topar.

Antes de continuar, he decirles que llegan comentarios a esta misma web acerca de lo divertida que es la obra y los giros inesperados en el libreto... ¿Seguro que nos referimos al mismo montaje? ¿Ese con el que tenemos la certeza de que se estira una idea que da más para un único cuadro que para una obra de hora y media?

Dos experimentados profesionales del teatro nos presentan un relato simpático en un escenario blanco, inmaculado, en definitiva, soso. La idea de partida puede resultar curiosa, como pistoletazo de salida, pero lo que pudo haber sido original –recuerdo películas francesas del tipo La cena de los idiotas- cae en la broma fácil, en el vacío de contenido más absoluto, que nos parece más vasto aún porque los personajes parecen no salir del círculo vicioso en el que están inmersos.

Cuatro actores, un par de ellos tan versátiles como seguros en sus increíbles roles –ahí dan muestra de su profesionalidad-, se prestan a este ir y venir de equívocos. La presencia de Aitor Mazo me dio garantías, a priori. Su enfrentamiento con el personaje de Javier Martín le hace mucho más grande, aunque es fácil hacerle sombra a alguien que sólo alterna en su discurso las palabras "guay", "vale", "bien" y pocas más. Pues nos quedamos con eso, con un "vale" a esta obra, aunque nos quedamos esperando a que lleguen los estrenos de la nueva temporada.

Texto escrito por
Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Crítica: Hijos de su madre

Director: Antonia San Juan
Intérpretes: Luis Segui, Félix Navarro, Helena Castañeda


Le damos un 8

Quien no arriesga no vive… Bajo esa premisa Antonia San Juan se embarca en una de las aventuras más osadas y, a la vez, satisfactorias de su carrera como narradora de historias.

Deja patente la actriz, directora, gestora… que toca todos estos palos con soltura, incluso maestría podríamos apuntar. Hasta ahora sólo había dado rienda suelta a su creatividad literaria en los guiones de sus cortometrajes V.O. y La china, y lo cierto es que nos hemos llevado una grata sorpresa al comprobar que, a la hora de escribir, afila el lápiz y perfila con tino sus personajes, sin dejar al aire un solo trazo.

Sus criaturitas, valientes hijos de su madre –no he podido resistirme-, aparecen insertos en situaciones cotidianas, con un punto de surrealismo hasta lógico, que no exageración… Poco de lo que nos cuenta San Juan en cuatro relatos nos resulta ajeno. Reincide en la línea de teatro cercano y rápido al que ya nos tenía acostumbrado con montajes como Las que faltaban, otras de sus apuestas recomendables que, por cierto, pondrá en escena cuando caiga de cartel éste, su noveno trabajo como directora.

Volviendo a Hijos…, a quien se suscribe quizás le ocurrió que fue al remozado Teatro Arlequín esperando mayor carga crítica en sus textos. San Juan marca bien el acento, no crean, pero se echa en falta mayor arrojo en ese salto sin red, sobre todo viniendo de una creadora que es capaz de hacerlo con la clase y la honestidad que tiene.

En cuanto a la interpretación, y con permiso de sus dos compañeros, Helena Castañeda supone la revelación de la temporada. Es dúctil y, aunque el hecho de pasar de un registro a otro en cuestión de segundos es lo que destaca a priori, profundizando aún más en su trabajo se aprecia fuerza, agilidad mental y control. No hay que elucubrar demasiado para comprender la decisión de San Juan, confiando en ella los cuatro roles que en su día escribió para sí misma.

Agradable resulta esta obra, la primera de todas las que podremos disfrutar en un espacio que pretende ser referente de las artes escénicas y del compromiso social que tiene todos los que se dedican a ellas.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

domingo, julio 15, 2007

Crítica: Vigilio y Languis

Le damos un 6,5

Afrontar un estreno siempre es motivo de respeto. Si además el espectador se siente identificado con alguno de los personajes, a pesar de su halo trágico, y se divierte, el trabajo está casi hecho.

Luego es verdad que hay montajes más pulidos, mejor cerrados... Pero en general, la tragedia de la chica que se duerme, cumple su función principal, al menos para el público, que es la de contribuir a que pase una hora entretenido, olvidándote del mundo más real.

Y aunque se escuchara más de un comentario tras la representación apuntando a que no se le pueden pedir peras a un olmo, también hay quien piensa lo contrario, y no es que vayamos a realizar experimentos genéticos pero sí exigir más a los jóvenes que están detrás de esta comedia de verano –por etiquetar- ya que, además, van por muy buen camino.

El humor fluye en el ambiente, de manera sutil, por momentos más acuciado... Los responsables de este montaje han sabido exprimir la tragedia en su formato más clásico (en todos los sentidos) y nos la sirven para que la bebamos de un sorbo, sin tiempo para que el jugo teatral se nos caliente en el vaso. En menos de una hora conocemos la historia de amor de dos personajes condenados a vivir en realidades paralelas o mejor dicho, en la misma, aunque con horarios cambiados.
Poco más se necesita para anclar en nuestro subconsciente esta fantasía, más allá de un texto correcto y una escenografía bastante sencilla y, eso sí, sugerente. Quizás se diluya algo el mensaje trascendental acerca del paso del tiempo, la vida, la muerte, la vías paralelas incapaces de que se crucen en un futuro... Pero da igual, estamos en verano y la mente necesita de divertimentos como éste.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Crítica: Cuerpo de mayor

Le damos un 8

Sugerente, conciso y nada pretencioso, así es el broche final de las tres obras que, bajo el genérico título de Nada es casual, ha vomitado (en el buen sentido) un gestor de mentes inquietas.

Hay algo, por encima de todo, que caracteriza a los grandes administradores: un tipo inteligente sabe que debe rodearse de gente que también lo es. Y qué es una obra de teatro si no una creación colectiva. Si, además, el esfuerzo ha dado frutos bajo una atmósfera de energía positiva, el resultado es mucho mejor para el público que asiste a cualquier representación.

Todo esto sirve para que les diga que Alberto Jiménez, además de un excelente intérprete, es un pródigo, inquieto e inquietante creador. No vamos a abrir aquí el debate acerca de los actores en su faceta como creadores, que lo son a mi parecer, pero permítanme que le atribuya a Jiménez el título de gestor "en escena".

Sobre la base, el tema de la muerte, también el de la vida por supuesto –ambas van de la manita-, el metódico actor se despoja de convencionalismos para recordarnos que desde nuestro nacimiento estamos encaminados hacia el adiós definitivo. Ahora bien, como no nos lo tomemos con humor, mal vamos. Eso es lo que hacen Jiménez y su gente, que dan vida a un catálogo de seres y esencias emocionales: lo sazonan todo con una especial sutileza irónica que ancla a tierra cada uno de los paisajes oníricos que conforman este entretenido puzzle.

De la anécdota surge un mundo y el relato, la descripción, adoptará una forma u otra en función de quién lo narre y cómo lo haga. Aunque parezca una obviedad, aquí el padre de la criatura tiene mucho que decir y aún le queda mucho por contar, pero a veces es mejor respetar la ortografía escénica y marcar un punto final. Da la sensación de que este Cuerpo de mayor es una retirada a tiempo que responde a un interés por no alargar lo que, por otro lado, sería muy fácil de eternizar.

De esta forma, Alberto cierra la aventura iniciada con Nada es casual con una experiencia que da ganas de más y claro, deja en nosotros una sensación de vigor y buen rollo al salir de la Cuarta Pared –a pesar de lo duro del mensaje- que tenemos que canalizar de alguna manera, pensando quizás que pronto empezará a elucubrar otra historia, si es que no lo está haciendo ya. Que siga, que siga…

Texto escrito por
Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

sábado, mayo 05, 2007

Crítica: La mujer de negro

Director: Eduardo Bazo
Intérpretes: Emilio Gutiérrez Caba, Jorge de Juan


Le damos un 7

Hay matrimonios entre textos e intérpretes que duran mucho tiempo. Son montajes que no podemos desvincular de una figura: Cinco horas con Mario, Lola Herrera; Informe para una academia, José Luis Gómez...

También se da el caso de que hay actores que elevan la calidad de una obra. Eso ocurre con Emilio Gutiérrez-Caba en La mujer de negro. Su participación era el principal reclamo de este montaje, algo que se confirmó después, a pesar de la correcta puesta en escena y el envoltorio de la pieza.

De su argumento no hablaremos por no eliminar el interés, sólo diremos que estamos ante una historia de fantasmas típicamente británica. Nos quedaremos con la forma y los ingredientes, medidos para captar la atención. Con un ritmo compensado vamos descubriendo una narración sinuosa, menos directa y así, más abierta a la sorpresa; los actores, al igual que los técnicos de iluminación, salvan lo rudimentario de ciertos efectos... Otra cosa es la mixtura que resulta. Esto es como una mayonesa o un gazpacho: unas veces sale mejor, otras peor, pero casi siempre no es culpa del cocinillas sino de la materia prima, el recipiente sobre el que presenta e incluso el comensal que degusta el plato.

La obra es una adaptación de una novela de Susan Hill, amante de las historias de fantasmas contemporánea a Stephen King y, como él, heredera de las tesis de maestros de la talla de Lovecraft y Poe. Las versiones cinematográficas de King han conseguido aterrar a medio mundo; Hill logra lo propio también sobre las tablas, muy loable por tratarse de un género menos representado, pero el público, que encumbra montajes, también derriba mitos.

Quería pasar miedo en el teatro. Quizás las expectativas creadas llevaron a que me quedase en ascuas. Esta obra giró por España con éxito hace más de 5 años: era otra producción, pero los mismos actores. Ya se sabe que si alaban algo por lo general vamos predispuestos a ser más críticos. A esto sumamos cierta escasez de sutileza en los planteamientos –se debe mostrar menos y sugerir más-, el exceso de protagonismo del sonido –de cerrar los ojos estaríamos ante una dramatización radiofónica- y la inestimable colaboración de un grueso de espectadores poco respetuoso: que si móviles conectados, que si papelitos de caramelo, que si comentarios en voz alta...

He de reconocer que mis compañeros de butaca disfrutaron, aunque no sé si se llegaron a asustarse, el fin de este cuento de terror. Durante cerca de dos horas sólo pensaba en lo difícil que resulta que se den las circunstancias propicias para que surja el amor, o el miedo en este caso, entre el espectador y el hecho teatral. Ahora bien, cuando se enciende ese sentimiento ni el tiempo lo puede consumir.

Texto escrito por
Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

sábado, abril 14, 2007

Crítica: El mercader de Venecia

Le damos un 7,5

Un buen texto y una correcta interpretación son suficientes para sustentar una obra de teatro como ésta: entretenida, correcta y sugerente.

En la sala oscura se hacen la luz y el canto, es la puerta de entrada a un terreno fantaseado. Nuestra visita dura poco más de una hora, el tiempo justo para conocer la adaptación de una suerte de drama histórico ambientado en la poderosa Serenísima de siglos atrás, donde unos personajes se debaten entre la amistad incondicional y el deseo de poseer al ser querido.

Sin hacer apología del 'todo vale', la simpática versión del texto nos ha llegado tras el trabajo de limar el grueso de la trama y eliminar personajes innecesarios al optar por explotar una única línea argumental. Eso, además de una limpieza en la escenografía, pone de manifiesto que la palabra es la auténtica protagonista de este y muchos otros clásicos.

Por el camino, y en un intento por hacer accesible el montaje, se han quedado cuestiones interesantes como la doble moral de los cristianos venecianos en relación al poder económico, y los tintes pedagógicos, otorgando importancia a las tramas amorosas y las situaciones no exentas de comicidad, como el asunto del cuarto de libra de carne que a más de uno trae en vilo.

Modernizado el lenguaje y descartado lo superfluo –en función de la línea a seguir-, resulta acertado el tono elegido para trasladarnos a una sociedad imaginable dominada por el amor –que triunfa sobre el dinero- y donde el humor pesa sobre el drama. Quizás sin pretenderlo en exceso, Shakespeare perfila de manera irónica un retrato de la usura con el que quiso caricaturizar al arquetipo judío.

En su nueva visita a la Perla del Adriático, después de presentarnos a Otelo, el dramaturgo se nos presenta un tanto burlón y tan aficionado a los enredos como siempre. Se nos antoja más banal y cercano, sin dilemas desmesurados, a medio camino entre las tragedias como Macbeth y Hamlet y la comedia de El sueño de una noche de verano.

La gente de Lagrada evoca la emoción con la que uno se enfrentaba a sus primeras obras de teatro, siempre como espectador: con pocos medios y mucho empeño, compañías sin más respaldo económico que el de unos pocos locos amantes de la escena, lograban que nos olvidásemos del mundo por una horas y eso, sin ayuda de grandes fastos y barrocas algarabías, tiene mérito.

Y un apunte extra teatral: no crean que la crítica es positiva por lazos familiares con el director: puede que seamos parientes muy, muy lejanos, pero lo cierto es que ni él ni yo nos ponemos cara. Conste.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Crítica: El sueño de una noche de verano

¿Shakespeare para no iniciados? Por supuesto, pero no sólo eso: también divertimento para nosotros y para los que montan un espectáculo ameno, digerible, con picos de intensidad y excelente factura.

Si algo tiene la obra de Shakespeare, entre muchas otras cualidades, es que sin alterar su esencia puedes hacer con ella lo que quieras: trasladar las tramas al presente, adaptar una acción, omitir personajes... Todo sea por llevar un texto universal a los que no se suelen acercar al teatro, por captar nuevos espectadores y afianzar a los de siempre, acostumbrados a montajes de otro calado y necesitados de alivios como éste.

Para ello puedes agitanar a los personajes, modernizar el lenguaje, eludir parte la herencia clásica inspiradora y acudir a referentes culturales más cercanos, aunque en el fondo, ¿quién se arriesgaría a decir que la velada mágica que nos relata el dramaturgo inglés no se parece a nuestra Noche de San Juan? No, no somos los primeros en decirlo, lo mismo que cambiar el bosque de El sueño... por una playa del Mediterráneo tampoco es una hazaña, pero tiene su punto: Teseo fue rey de Atenas, por lo que la historia 'real' se desarrolla en este ambiente, aunque hay quien sitúa la acción en la Toscana del XIX... Por innovar, que no quede.

El caso es que convertir a los personajes en gitanos resulta curioso y no exento de lógica: hijas sometidas al deseo de sus padres y casadas por compromiso. Aún así, da la sensación de que ellos, muy morenos, sí, y con mucho arte, se olvidan de distinguir entre la esencia calé y la cíngara, yéndose más hacía el gitano de los Balcanes que conocemos gracias a Emir Kusturika. Por cierto, la música contribuye a contar la misma historia de otra forma, a partir de la fusión entre sones propios de Goran Bregovic –el compositor favorito del cineasta- y el flamenco con sello Ketama, perdón, Carmona.

Pocas obras son tan completas como ésta –mucho humor, pelín de tragedia, juegos paralelos, trasfondo mitológico- y permiten tan alto grado de lucimiento para sus intérpretes, miren si no a Asier Etxeandía, desdoblado en Teseo/Oberón, a Eduardo Mayo, acróbata-guía-clown, y el divertido duelo entre Nur Al Levi y Claudia Giráldez, amadas y repudiadas. El reparto resulta uniforme y consigue atraparnos, en cuanto al texto base y puestos a escoger, da la sensación de que el tándem formado por Tamzín Townsend y Antonio Carmona, supuesto padre de la criatura, hubiera acertado al omitir la puesta en escena del relato de Píramo y Tisbe: el resumen que ofrecen hubiese quedado redondo como cierre de la obra –aunque José Luis Torrijo y Chiqui Maya nos hagan disfrutar mucho-, justo antes de la despedida en plan teatro-musical sin serlo.

Mis conocidos ya se aburren cuando les remito a la excelente versión que de estos enredos juveniles por culpa del amor dirigió en 2003 Miguel Narros: presentaba a Verónica Forqué como Titania y calzaba patines a los seres mágicos que hacen de las suyas soltando polvitos por aquí y encantando por allá. Este nuevo montaje entrará en el universo de buenas adaptaciones de El sueño... así que se preparen, que ahora tendré que hacer una doble mención. ¿Ven como Shakespeare se deja meter mano siempre que se haga con respeto?

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Crítica: En casa / En Kabul

Director: Mario Gas
Intérpretes: Vicky Peña, Mohamed El Hafi, Hamid Danechvar, Roberto Álvarez, Jordi Collet, Elena Anaya y Mostafa El Houari, entre otros


Le damos un 8

Los hombres sobreviven mientras las mujeres nos guían por este viaje de ida y vuelta al horror. Y tras él, un esfuerzo loable por aprovechar el choque de culturas para montar una obra imprescindible.

La última aventura escénica de Mario Gas es de esas que prometen a priori: un reparto integrado por actores marroquíes, argelinos, iraníes y españoles, la pericia portentosa de Gloria Muñoz y Vicky Peña, y un tema que da para mucho, el de los conflictos olvidados tras los que sufren millones de seres anónimos condenados a una no-vida.

Empecemos por el principio o mejor, eludámoslo. Me explico: ¿cómo contar las piruetas escénicas de algunos intérpretes sin desmontar la obra? Difícil, créanme. Digamos, y perdonen por la simplificación, que Peña se mantiene, nos mantiene, en la cuerda floja. Todo lo digamos acerca de ella, de su admirable trabajo en la obra, sólo condicionará a los que vayan a verla y no queremos lacerar la emoción que provoca.

Luego está el contenido, muy seductor sobre el papel y complicado de llevar a las tablas: dos textos engarzados de manera inteligente, marcados por la insatisfacción, el ansia de conocer la verdad y la incomprensión infundada. Tony Kushner firma un teatro político interesante, hasta cierto punto apocalíptico, pero el autor tiene poco de visionario, con todo mi respeto hacia él. Otra cosa, y esto si que tiene mérito, es atreverse a contarlo de manera tan clara, por medio de un cúmulo de viajes, huidas que no son sino búsquedas interiores: el de una mujer encerrada en su cómoda prisión británica que nos lleva de la mano sólo con la palabra y su interpretación de una guía turística anticuada; el de los seres queridos que van en su búsqueda; el desesperado éxodo de una 'prisionera' del régimen talibán...

Y llegamos al montaje, tan espectacular que algunos de los que participan en él, los menos experimentados, llegan a perderse en algún momento aunque se sus intenciones son buenas. El escenario del Español muestra la decadencia de una tierra sometida a la indiferencia ('ella adoraba los lugares que el mundo había olvidado') y el hastío interior de los personajes principales, todo con un estudiado golpe de tramoya y ambientado con sonidos y lenguas exóticas, incomprensibles pero cercanas y familiares durante nuestro itinerario por la destrozada capital afgana.

Volvemos al corazón de Madrid con la sensación de haber participado de un espectáculo vivo y consistente, lleno de referencias visuales y existenciales, pródigo en confusión que te hace pensar y te permite salvar los aspectos que te han convencido menos: a pesar del cartón piedra con el que se construyen rocas y edificios mancillados, del esfuerzo por hablar en pastún, dari y esperanto e imitar miradas perdidas, nada huele a falso, y esto se consigue gracias a una mirada osada, comprometida y limpia sobre unos hechos a los que no se da solución. Por cierto, la tormenta ha durado más de tres horas y casi no nos hemos enterado de su duración. Eso es muy buen síntoma, sobre todo si cada vez se programan más obras al peso.

Texto escrito por
Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Crítica: Rebeldías posibles

Director: Javier G. Yagüe
Intérpretes: María Antón, Frantxa Arraiza, José Melchor, Javier Pérez-Acebrón, Asu Rivero, José Sánchez


Le damos un 7,5

Metidos todos en vereda, parece que no es tiempo para la rebeldía... ¿O sí? Cuarta Pared, la compañía, sigue a pies juntillas su ideario escénico, algo que es de agradecer.

Después de criticar las obsesiones de todo tipo en Café, afronta una nueva producción que ya se testó en Escena Contemporánea, el festival de las propuestas que más gustan a los menos conformistas.

La resignación está relacionada con el unanimismo y la pérdida de los ideales, algo que sustentan y por lo que luchan las grandes empresas y algunos gobiernos, pero sólo hasta que les sea rentable y tengan que ganar alguna elección o poner en marcha un nuevo producto. El teatro debe hacerse con los pies en la tierra, incluso cuando se recreen fantasías, y la de Rebeldías posibles, como buena fantasía, se relata a modo de fábula.

Todo esto de las voces que se alzan en contra de la opinión unísona, tiene una buena historia. Osen a negar que hay una obra a partir de la noticia sobre un señor que le planta cara a los que apuestan por el canon en los soportes de grabación u otro que reivindica el dinero sobrante tras una conversación en una cabina telefónica. Y lo mismo que no existe Robin Hood sin quebraderos de cabeza, no hay obra sin dilema, como el que se plantea cuando presentan a nuestro protagonista como ejemplo a seguir.

La obra retrata muy bien el 'efecto cascada', cómo una acción provoca una reacción y una pieza de domino tira a la siguiente, aunque hay que ponerle un tope. Quizás hubiese sido necesario limarla un poco en su duración, quizás, pero el ritmo es tan preciso y la narración a modo de cuento está tan bien marcada que se perdonan los pecadillos, como dar excesivo protagonismo a algún relato secundario.

Por si no conoce aún la labor de esta formación teatral, sepan que su obra tiene mucho de subversivo –subirse a las tablas ya tiene mucho de desobediencia, de rebeldía- y es muy adictiva. Al emplear un lenguaje directo, sin artificios innecesarios, y arriesgar en montajes inusuales –éste coloca a los actores en el centro de nuestras miradas-, consiguen impregnarnos con un poco de conciencia social y es difícil no mantenerse afín a ella a la salida del teatro.

Rebeldías posibles es una interesante visión acerca de las pequeñas luchas que tienen su fruto, una metáfora inteligente sobre los montajes 'a menor escala' que tienen su público, también inteligente.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Crítica: Las heridas del viento

Director: Juan Manuel Cifuentes
Intérpretes: :Marcos Casanova, Humberto Rossenfeld


Le damos un 9

Poesía y drama se dan la mano en este excelente montaje con dos actores capaces de provocar un torrente de impresiones: tiernas, hirientes, pero sobre todo, reales.

Luego iremos con ellos, pero antes he de reconocerles que me acerqué al Teatro Triángulo con una mochila repleta de comentarios positivos acerca de esta obra y eso, lo sabrán por experiencia, puede provocar el efecto contrario. En este caso no: nunca asistí a una ovación tan prolongada y merecida después de una obra tan redonda y sugerente.

Juan Carlos Rubio, el autor, se confirma como un malabarista que cambia mazas por palabras, además de ser un perfecto mentiroso. Nos engaña y se lo agradecemos, porque se lo consentimos: consigue captar nuestra atención y, por si fuera poco, logra descolocarnos. En un momento preciso, uno de los actores nos apela de manera directa y cuenta que obviarán pasajes previsibles... qué acierto. Así, sin gorduras ni rellenos, nos quedarnos con una pieza limpia, sin subterfugios innecesarios.

Del texto podríamos decir mucho, pero intentaremos no hacerlo. Tampoco del argumento, tan sólo mencionar dos líneas: un joven descubre cómo era realmente su padre el mismo día en que fallece y ese hallazgo cambiará su forma de ser. Del encontronazo inicial pasamos a la charla reposada no exenta de momentos intensos personificados en dos actores que en el escenario hablan del amor y la necesidad de conocer y conocerse: entra en juego el monólogo que recita el solitario que desea, también el diálogo de dos seres, una conversación íntima de la que sólo pueden percatarse ellos.

La obra esconde más de lo que muestra: logra evocar sensaciones perdidas o desconocidas, muchas de ellas latentes hasta que alguien, en este caso Rubio, empieza a tirar del hilo y deshilacha el trapo. Jugar con los tópicos, desvestir las palabras de superfluos adornos y revelar los datos con cuentagotas son sus armas a la hora de narrar un drama sobre la soledad, terrible incluso si es elegida.

El director Juan Manuel Cifuentes no desacredita el libreto, sino que lo potencia empleando una alegórico telón de fondo sobre el que destacan el joven y correcto Humberto Rossenfeld y un ilimitado Marcos Casanova que no pone freno a sus conocimientos de la vida real, como el sarcasmo, la ironía y la humanidad, en su rotunda creación de un personaje entrañable. Imprescindible.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Crítica: Humo

Director: Juan Carlos Rubio
Intérpretes: Juan Luis Galiardo, Kiti Mánver, Gemma Giménez, Bernabé Rico


Le damos un 7,5

Tras una apariencia de comedia ligera se esconden interesantes guiños a lo innato al ser humano: mentiras encadenadas, adicciones y secretos que dejan de serlo.

Toda conferencia es una obra de teatro así que ¿por qué no llevar al escenario las habladurías de la vida real? Seguro que están pensando en el lado peyorativo de estos chismes, pero no vamos por ahí.

Juan Luis Galiardo, perdonen, el personaje al que da vida durante un par de horas, vende humo, es decir, ilusiones. Aunque claro, si te las presentan desde un púlpito, cuesta no caer presa de este timo consentido. Así comienza un decálogo de intenciones personal que acaba en un ring con dos púgiles a través de los cuales nos reímos de nuestro patetismo.

A veces crees que ciertas obras no tienen secretos para ti y por mucho que te digan que hay donde rascar, tus uñas permanecen intactas al final de la representación. Humo puede pertenecer a este grupo pero algo ocurre en un momento determinado, algo que rompe nuestros esquemas: la maquiavélica mente del autor estaba funcionando desde el principio.

Juan Carlos Rubio huye de lo predecible, aunque siendo más exactos, lo intenta y a veces lo consigue. Es de agradecer que dramaturgos como él no nos traten como espectadores que se tragan todo lo que les echen, sino como copilotos en el viaje que se inicia sobre las tablas. Expuestos los planteamientos se suceden los cambios en la acción, giros que no desvelaremos para no destripar el chiste –que de gracioso tiene poco, porque tras el tono cómico se esconde una dura realidad-.

El enfrentamiento dialéctico entre Juan Luis Galiardo y Kiti Mánver conlleva que la tensión cobre fuerza para luego deshincharse. La presencia del galán –la etiqueta le seguirá de por vida- nos impide ver al personaje, algo parecido ocurre con la actriz malagueña. Los dos cómicos tienen tablas suficientes para afrontar este desafío y cualquier otro, pero al trazar unos personajes estándar, no planos pero sí un tanto previsibles, no consiguen lucirse del todo.

El montaje, apoyado en soluciones audiovisuales y sencillos cambios de escena, combina la acción dramática con el coloquio con el público. Todos participamos de las conferencias que dictan los personajes protagonistas, aprehendemos las cifras y las consecuencias negativas del vicio más extendido en nuestra sociedad. Acudir a los terrenos más cercanos a nosotros ayuda a Juan Carlos Rubio a conectar con más facilidad y no, no hablamos del acto de fumar, sino de nuestra insatisfacción corriente, el sentimiento de soledad y la mentira perenne en la que estamos inmersos.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

viernes, marzo 09, 2007

Crítica: Como abejas atrapadas en la miel

Director: Esteve Ferrer
Intérpretes: Luisa Martín, Félix Gómez, Ángel Burgos, José Luis Martínez


Le damos un 7

Las abejas nos invitan a su colmena. Vemos que son trabajadoras y que, con constancia, se han convertido en elementos de un preciso mecanismo de relojería teatral.

"Vi la foto en la que salías desnudo y fui corriendo a comprarme el libro". Los expertos en marketing se relamen de gusto cuando consiguen ese efecto en la masa, que lee, o al menos compra, por un simple reclamo visual. Una política "cultural" que funciona y muy bien, ¿verdad?
Sobre esa idea, alimentada con mentiras, glamour y guiños de la vida misma, versa esta obra. Puede gustar o no, pero nadie podrá decir que al final no encajan las piezas del rompecabezas. Detrás de todo hay un sincronizado montaje a partir de un texto correcto de uno de los autores más representados en el off Broadway, enaltecido gracias a contribuciones como la de Ana Garay, responsable de una sugerente y sencilla escenografía con volúmenes que arropan un damero lumínico donde tiene lugar el juego de estrategias.

¿Quién no las tiene? Las estrategias, me refiero. Los diferentes personajes entran al trapo y las despliegan para que nosotros, espectadores implicados, vayamos tejiendo con ellos su destino. Se adentran en el entramado laberíntico que se refleja en la escenografía; nosotros no podemos mantenernos al margen y vamos atando cabos. Recuperamos esa función de observador capaz de interferir en la escena y ganan, por tanto, nuestra atención.

Entretenida para el espectador y difícil para el que está arriba, en una obra como ésta cuesta diferenciar al que está allí del que está sentado las dos horas que dura, primero por el argumento: todos hemos ansiado llegar a algún lado, en términos profesionales o personales, y hasta el más cándido tiene ambición, de lo contrario, triste sería su vida. En segundo lugar, pocos montajes permiten que el espectador tenga un papel tan activo desde la intimidad de su butaca.

Igual te dirige un musical, que le mete mano a la dramaturgia de un espectáculo de danza como Belmonte... Siempre aprueba y con nota: Esteve Ferrer es un buen director avispado y capaz de convertir las carencias en virtud, con el empleo de un ritmo frenético que nos hace obviar las escenas alargadas de manera innecesaria. A pesar de la cadencia, cae en reiteraciones en la segunda mitad, en un afán por explicar cosas que podemos entender sin que nos las vuelvan a contar.

Apoyando a los dos personajes principales hay un coro necesario formado por cuatro actores que dan vida a una decena de seres, todos relacionados con el poder. A partir de sus relaciones podemos analizar lo efímero de la fama: después de todo el tiempo que gastamos para simplemente rozarla, desaparece y, en el peor de los casos, por culpa de nuestro ansia por tener "nuevas cosas nuevas". Esta miel tiene una larga fecha de caducidad, pero no implica que no la olviden al final del estante de la cocina, así que úsela de vez en cuando.

Texto escrito por
Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

viernes, febrero 16, 2007

Crítica: Johnny cogió su fusil

Le damos un 7,5

Directa y ágil, sin detenerse en subterfugios, esta obra en manos de profesionales con conciencia narra la historia de un trozo de carne que, para mal de algunos, tiene uso de razón.

Lo que nos han contado tantas veces tiene mil interpretaciones más. Nos quedamos con la versión ligera, que no lo es tanto: Jesús Cracio nos relata un cuento con un soldadito que salió un día de la fábrica de soldaditos, todos iguales, le tocó ir a Vietnam y una bomba le diferenció del resto.

Todo lo que digamos sobra: montaje con fuerte compromiso ideológico, provocador –como debe ser cualquier otra manifestación artística-, necesario... Lo curioso, y eso sí que lo apuntamos, es que la historia del Johnny original, el de la novela de Dalton Trumbo de 1939, no está ambientada en la guerra de Vietnam, ni siquiera en la II Guerra Mundial.

Engañosas pantallas y música de Leonard Cohen, Bob Dylan, Bruce Springsteen, The Beach Boys y Janis Joplin ambienta la historia del joven Bonham que regresó del frente ciego, sordo y sin sus extremidades por culpa de una bomba de la I Guerra Mundial, aunque podría ser uno de los que vuelven a casa después de pasar por la última guerra en Irak. Él no pudo gritar eso de "no en mi nombre" pero pasó por ser un símbolo del antibelicismo, sin entrar en otros dilemas, como el que plantea la eutanasia.

Sergio Otegui pertenece a la generación de actores treintañeros que, curtidos en las tablas y en los platós de televisión, se sienten como pez en el agua. Se nota que está a gusto (ayudan los recursos que maneja) y por medio de un texto tan rico como el que ha trabajado Antonio Álamo se muestra en su ambigüedad, dando consistencia a cada Johnny: el que está postrado en la cama y el que se rebela hasta donde le dejan.

No persigue conmover con monólogos creados para tal efecto, ni filosofar sobre las posturas activistas. La obra pretende comunicar una realidad que pudo haber ocurrido, que ocurre. El acierto de la dramaturgia reside en que hay un lenguaje verbal directo, más potente que cualquier imagen, que cualquier sonido –necesarios para equilibrar la tensión-. Hay que estar dispuesto a combatir y los que ahora batallan desde el frente de la Cuarta Pared lo hacen con las armas de la crítica argumentada y el compromiso con los más débiles, por cierto, nada gratuito.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Crítica: Viaje del Parnaso

Le damos un 7,5

Que una complicada obra en verso, cuidada con esmero, lleve 2 años recorriendo España es una proeza de la que pocos se pueden vanagloriar.

La Compañía Nacional de Teatro Clásico da carpetazo definitivo aunque de lujo –en su sede principal- a la obra que se estrenó en el Festival de Almagro de 2005. La última etapa que cubre esta atípica nave supone también la satisfacción general y merecida de todos los que han hecho posible la puesta en escena de un viaje protagonizado por la belleza plástica y una legión de soldados de la palabra.
Desde luego no sería la única pero Eduardo Vasco acertó al desarrollar la dramaturgia del único poema dramático de Miguel de Cervantes confiando en actores muy duchos en la manipulación de títeres. Teatro sin callejones oscuros, con todos los mecanismos a la vista, el montaje se sustenta en la dicción, apuntalada por medio de versos imposibles y perfectamente recitados.

El verbo se realza con el empleo de artilugios artesanales y soluciones escénicas como las sombras chinescas y los móviles de cartón. La música en directo no sirve sólo como acompañamiento y ambientación, sino que nos aferra al relato con una ligazón más resistente a los embates de la tormenta.

Seguro que no levantaré ampollas al afirmar que no hay nada peor que asistir a una representación rodeado de grupos escolares. En este caso lo agradecí ya que pude comprobar su reacción: a pesar de lo abigarrado del texto y del extenso catálogo de escritores al que se refiere el Cervantes-narrador, los chavales aguantaron –sin mucho esfuerzo, la verdad- la hora y media que dura el montaje.

Narrado de manera vigorosa a pesar de algún parón reiterativo, la epopeya en la que se embarca el padre de El Quijote recorre los terrenos de la mitología, la poesía e incluso la crítica literaria, que el autor práctica afilando la pluma contra los poetastros de poca monta. Vuelva al pasado, al Barroco, pero apresúrese ya que el 11 de febrero llegará a puerto Viaje del Parnaso y quedará sólo en nuestra memoria, de la misma forma que los "malos escritores" no volverán a salir del cajón del olvido.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Crítica: Closer

Director: Mariano Barroso
Intérpretes: Belén Rueda, José Luis García Pérez, Sergio Mur y Lidia Navarro

Le damos un 8

Mentira. Todo lo que ocurre sobre el escenario es mentira. Pero nosotros, como ilusos que somos, nos lo creemos: los actores se aprovechan de nosotros, también el director.

Nos cuentan cosas que nos desagradan –soledad, incapacidad para amar, deseos soterrados, incomunicación- y aún así consiguen emocionarnos, hacernos pensar, reír... Han ganado su apuesta porque te acabas creyendo el cuento: lo dicho, Closer es un engaño, así que le damos un notable alto, casi sobresaliente.

Vamos al teatro para que nos mientan y Mariano Barroso lo hace, nos hace creer que somos testigos, mirones de excepción de los números de circo emocional que orquesta a partir de sus fieras, un par de criaturas que parecen nacidas sobre los escenarios y otras dos que se adaptan bastante bien a la vida en cautividad.

Empecemos por la mención de honor: nunca lo de "animal de escena" ha tenido tanto valor. Después de sus interesantes coqueteos con el cine era obligado que alguien devolviese a José Luis García Pérez a los escenarios –aunque nunca se fue-. Es un prodigio de la interpretación capaz de parecer el tipo depravado, el amigo más leal y el tonto enamorado que se resigna ante su suerte, y todo en cuestión de segundos. En la función se alcanzan altas cotas de desgarro emocional y la mayoría están protagonizadas por él: articula todo el ritmo del montaje al echar lazos a los demás.

Imagino cuántos habrán ido al Lara a ver a Belén Rueda en su estreno sobre las tablas. Son los mismos que ya han aplacado su curiosidad y recomiendan la función, eso seguro. Cuando un actor sabe mentir, hace más grande su texto y en el caso de estos dos, construyen una ficción ligeramente amarrada a referentes obvios –la cinta de Mike Nichols, adaptación de la obra original- y repleta de guiños tan viscerales que sólo pueden salir desde muy dentro. Los chicos por su parte son muy buenos actores, precisos y convincentes, pero a mi parecer anclan sus interpretaciones en los personajes de la cinta y a veces veía dos copias de Jude Law y Natalie Portman.

El teatro, gracias a que está en permanente crisis desde su nacimiento, debe beber de otros medios y Barroso aprovecha su vis audiovisual para enriquecer el texto de Patrick Marber. Soluciona idas al pasado, miradas separadas por la distancia temporal y situaciones paralelas en planos diferentes. Y como es inteligente sabe apoyarse en las proyecciones, la iluminación, la acertada y sobria escenografía, la música, compilación de José Padilla (El sueño de Ibiza). Su ánimo es el de sugerir de manera sutil, penetrar en la obra sin machacar la verdadera materia prima del montaje: los actores.

En el ojo del creador certero se vislumbra su experiencia como domador-ilusionista-maestro de ceremonias, puesta en práctica en su cine personal (Éxtasis, Los lobos de Washington) y en el circo que montó para exponer a Pere Ponce, Vicente Díaz, Ana Duato y María Pujalte en El hombre elefante. Recuerdo una representación en el Cervantes de Málaga y por momentos pensé que la mitificaba. Sé que con el tiempo me ocurrirá igual con este Closer, que reúne a algunos fenómenos en el arte de la trampa consentida por nosotros.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Crítica: "Hiroshima, mon amour"

Director: Rodolfo Cortizo
Intérpretes: Eva Varela Lasheras, Iván Artiles e Irene Ruiz


Le damos un 7

Todos los viajes conllevan un proceso de descubrimiento. El que iniciamos en el Teatro de la Puerta Estrecha es introspectivo, desgarrador y contundente.

No sé ustedes, pero quien suscribe esto cada vez disfruta más con experiencias como ésta: una obra capaz de provocar, de bucear en nuestro interior y extraer lo mejor o lo peor de nosotros mismos. Puede gustar o no, pero desde luego, no nos deja fríos ante el caudal de emociones que pasan por delante de nosotros.

La sensación que me produjo este itinerario rudo y onírico estuvo salpicada por una mezcla de desazón y nerviosismo. Resulta curioso porque mi acompañante salió fascinado por una historia de amor, la que vive una persona destruida donde aflora una pasión abigarrada a modo de metáfora de la destrucción. ¿Habíamos visto la misma obra? Desde luego que sí y las dos sensaciones fueron tan reales como ver algo a través de una mirilla o un ojo de cerradura: cambia la perspectiva.

En poco más de una hora tres actores consiguen dibujarnos paisajes anímicos difíciles de enmarcar: unos son desoladores, en otros se atisba una pequeña puerta a la esperanza. La puesta en escena sobria y sombría acentúa el componente de decadencia, una de las etiquetas que mejor catalogan este montaje arriesgado, aunque ya sabemos que los retos, una vez logrados, dejan mejor sabor de boca.

Un amor imposible subsiste en una atmósfera de crepúsculo, está abocado a la desaparición. Los recuerdos se mantienen y se engarzan a modo de los eslabones de una cadena. Margarite Duras fue tirando de la cadena que une a dos personajes casi inmóviles, en el fondo de una prisión. Y aunque nos muestra a dos desahuciados, les otorga el beneplácito de la duda, acerca de si podrán escapar o no de ese calabozo interior.

El director Rodolfo Cortizo hace frente a un texto complejo, lleno de idas al pasado y venidas al presente, y dota de más fuerza si cabe a la palabra, desnuda de artificios pero rica en matices. De este modo, el "dolor" que sale de la boca de cada uno de los actores se nos antoja más desgarrador. Detrás de esa sacudida se vislumbran los esfuerzos por dotar de credibilidad la narración, angustiosa y desconcertante, y a pesar de la frialdad, del corsé que mantiene oprimidos a los personajes –ya no vemos a los actores-, consigue emocionarnos.

Sólo un apunte más: ¿conocen este espacio escénico? Es muy posible que todavía no. Es lógico, tiene una puerta estrecha y parece disimulado. No es casual: detrás de los accesos más difíciles se esconden los mundos más interesantes. Ya tienen la excusa perfecta para visitarlo.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Crítica: Buenas noches, madre

Director: Gerardo Malla
Intérpretes: Carmen de la Maza y Remedios Cervantes


Le damos un 7

Subir a un escenario ya merece todos nuestros respetos. Asistir al duelo de uno mismo y convencer a todos de que lo más acertado es estar muerto, es digno de elogio.

¿Qué podemos sacar de la sempiterna lucha entre dos seres condenados a entenderse? Ese enfrentamiento tipo ha dado algunas de las obras más reconocidas del teatro contemporáneo y casi siempre coinciden en los mismos aspectos.

Lo que diferencia unas de otras es el tratamiento argumental, el vinculo entre los personajes y la carga emocional. Aquí es más dramático si cabe al tratarse de una madre y una hija, equidistantes en mitad de una crisis de gran envergadura.

No es difícil que un buen texto quede eclipsado por una interpretación banal. Desde luego Carmen de la Maza y Remedios Cervantes no van a corroborar dicha afirmación ya que ambas establecen una cota bastante alta. Las dos se nos muestran descarnadas, de una manera honesta, dejándose llevar por el torrente de emociones aunque con una limpieza aséptica de todo sentimentalismo.

Por momentos la frialdad nos embarga, pero en el drama que vive la hija, que no llegamos a conocer del todo, se atisba un trasfondo de soledad y desesperación. La palabra llega en carne viva, sin aderezos dramáticos innecesarios y mucho menos encorsetada en algarabías escénicas propias de producciones que giran en torno a dos figuras de relumbrón y dudosa capacidad interpretativa, que no es el caso.

Aquí tenemos a dos estupendas y convincentes actrices, un director que puede ser el responsable de eliminar toda capa sobrante de piel y una escenografía funcional. Quizás resultara más rotunda en una sala de pequeño formato y menos público, pero lo cierto es que es de esas obras que, sin levantar un gran revuelo, hacen que nos miremos con otros ojos.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Crítica: La cabra o ¿quién es Silvia?

Director: Josep Maria Pou
Intérpretes: Josep Maria Pou, Mercè Aràgena, Alex García y Juanma Lara

Le damos un 8

Como subir a una montaña rusa. Así es asistir a esta función: sabes que al final saldrás del carricoche pero no imaginas todos los estados de ánimo que puedes experimentar.

Un día ocurre algo que se sale de lo normal –por cierto, ¿qué es lo normal?-. Se puede hacer frente a la situación de diferentes maneras: podemos asistir a la hecatombe más destructiva y casi sin dilación afrontar con rotunda ‘normalidad’ un episodio impensable para muchos, en especial para aquellos instalados en las capas altas de la sociedad ilustrada.

Esta es una obra-contenedor, es decir, bajo un argumento inverosímil -aunque cogido por los cuernos- subyacen emociones y reflexiones que podemos descubrir, bien durante la puesta en escena o mucho tiempo después. No hace falta pensar demasiado para asegurar que el director lleva su barco a buen puerto, con delicadeza pero sin que le tiemble el pulso cuando llegan las borrascas. Consigue que el asunto que nos sorprende en un primer momento pase a un segundo plano, quede en anécdota...

Hay tantas cuestiones a los que meter mano que lo mejor es ir liquidándolas una a una pero manteniendo una tensión sutil que nos salvaguarda de caer en el tedio. Es tal el aluvión de impactos que recibimos que a los 10 minutos tan sólo vemos a un hombre que defiende su amor, su capacidad de enamorarse de quien y como quiera.

En torno al pobre-loco-cuerdo protagonista giran los demás: cada uno se expresa (y siente) a su manera. Tenemos idea de por donde van a ir los personajes, pero aún así el texto de Albee nos camela. Es digno de agradecer a unos actores conscientes de que algunos deben ir por caminos extremos con paso firme –los que tienen un amplio La cabrarecorrido vital y se apoyan en el sarcasmo-, y otros por la visceralidad, al emplear la verdad y la sinceridad de sus sentimientos.

El sólido reparto es una de las muchas riquezas de un montaje provocador –y a estas alturas ya sabe que no es por polémicos affaires-, del que sales con la idea de que has visto algo muy interesante y profundo que ira desgranándose en tu interior conforme se vaya asentando el limo que llevaba el torrente de emociones que desborda el escenario.

No nos sorprende el escaso tiempo que separa una carcajada de una lágrima contenida. La vida es así, con menos drama y teatro: la obra no está muy lejos de la tragicomedia en la que estamos sumidos. Ese "puedes hacer lo que quieras, pero que no se entere nadie" daría para otra obra, que lo tenga en cuenta el creador polifacético que nos entretiene de manera inteligente y al que debemos agradecer que esté entre nosotros.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

jueves, febrero 01, 2007

Crítica: ¡Ay, Carmela!

Da igual que haya visto la obra, que recuerde la película... Es un clásico y como tal debemos acudir a él siempre que podamos.

Otra cosa es que salgamos del teatro con la misma sensación que nos produjo nuestro primer contacto con la emotiva historia de Carmela y Paulino. Obviando ese importante detalle, el nuevo montaje que devuelve a Verónica Forqué a uno de sus roles más recordados se nos presenta como obra artesanal, en la que participan pocas pero sabias manos.

Equilibrada entre los efluvios de una España rota y el patetismo de unos cómicos en guerra con su ideología y el deber profesional, ¡Ay, Carmela! sigue ahí, sin envejecer. Su mensaje está vivo, pero quizás no nos llegue con la misma intensidad que a los vírgenes en la materia: evocamos el primer montaje, también la película de Carlos Saura... y el recuerdo pesa demasiado sobre las buenas intenciones. Si es de los que ya están duchos, asista a este revisión: irá con más herramientas y el bagaje necesario para discernir de otra manera, y no lo olvide, siempre puede dedicarse a buscar la marca del escenógrafo.


El maestro Miguel Narros tenía ante sí la dura tarea de customizar, de personalizar un texto que le llegaba con demasiados referentes y cuya puesta en escena requiere pocos elementos: el escenario de un viejo teatro y dos únicos personajes. En El sueño de una noche de verano puso patines a los habitantes del bosque; metió a las criaturas de Pirandello de Así es (si así os parece) en una escenografía sugerente y ‘profunda’... Aquí su trabajo era complicado: ¿puede envolver de manera mágica una realidad tan cruda y delimitada? Siendo Narros, ya sabemos que la respuesta será afirmativa aunque sus aportaciones son menos sutiles que en otras ocasiones. Cómo lo soluciona, eso lo dejamos para el espectador.

José Sanchis Sinisterra escribió un texto medido e ingenioso. A partir de la copla, la zarzuela, la magia y el cabaret homenajeó a los que vivieron la sinrazón de la guerra. Ha hecho historia: no es sólo un recuerdo sino una ingeniera bien asentada en nuestra memoria. A mediados de los 80 el autor no podía imaginar el éxito que tendría su libreto, representándose por doquier. Bebe de la misma fuente que Las bicicletas son para el verano, El verdugo y los grandes clásicos: la verdad de los hechos, presentados sin emitir juicios de valor –aunque se atisba la inclinación de la balanza-. Son historias bien escritas que, representadas con un mínimo de corrección, su éxito está garantizado. Y esta Carmela, como todas las anteriores, dará que hablar.

Texto escrito por
Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.