jueves, febrero 01, 2007

Crítica: ¡Ay, Carmela!

Da igual que haya visto la obra, que recuerde la película... Es un clásico y como tal debemos acudir a él siempre que podamos.

Otra cosa es que salgamos del teatro con la misma sensación que nos produjo nuestro primer contacto con la emotiva historia de Carmela y Paulino. Obviando ese importante detalle, el nuevo montaje que devuelve a Verónica Forqué a uno de sus roles más recordados se nos presenta como obra artesanal, en la que participan pocas pero sabias manos.

Equilibrada entre los efluvios de una España rota y el patetismo de unos cómicos en guerra con su ideología y el deber profesional, ¡Ay, Carmela! sigue ahí, sin envejecer. Su mensaje está vivo, pero quizás no nos llegue con la misma intensidad que a los vírgenes en la materia: evocamos el primer montaje, también la película de Carlos Saura... y el recuerdo pesa demasiado sobre las buenas intenciones. Si es de los que ya están duchos, asista a este revisión: irá con más herramientas y el bagaje necesario para discernir de otra manera, y no lo olvide, siempre puede dedicarse a buscar la marca del escenógrafo.


El maestro Miguel Narros tenía ante sí la dura tarea de customizar, de personalizar un texto que le llegaba con demasiados referentes y cuya puesta en escena requiere pocos elementos: el escenario de un viejo teatro y dos únicos personajes. En El sueño de una noche de verano puso patines a los habitantes del bosque; metió a las criaturas de Pirandello de Así es (si así os parece) en una escenografía sugerente y ‘profunda’... Aquí su trabajo era complicado: ¿puede envolver de manera mágica una realidad tan cruda y delimitada? Siendo Narros, ya sabemos que la respuesta será afirmativa aunque sus aportaciones son menos sutiles que en otras ocasiones. Cómo lo soluciona, eso lo dejamos para el espectador.

José Sanchis Sinisterra escribió un texto medido e ingenioso. A partir de la copla, la zarzuela, la magia y el cabaret homenajeó a los que vivieron la sinrazón de la guerra. Ha hecho historia: no es sólo un recuerdo sino una ingeniera bien asentada en nuestra memoria. A mediados de los 80 el autor no podía imaginar el éxito que tendría su libreto, representándose por doquier. Bebe de la misma fuente que Las bicicletas son para el verano, El verdugo y los grandes clásicos: la verdad de los hechos, presentados sin emitir juicios de valor –aunque se atisba la inclinación de la balanza-. Son historias bien escritas que, representadas con un mínimo de corrección, su éxito está garantizado. Y esta Carmela, como todas las anteriores, dará que hablar.

Texto escrito por
Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

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