Director: Rodolfo Cortizo
Intérpretes: Eva Varela Lasheras, Iván Artiles e Irene Ruiz
Le damos un 7
Todos los viajes conllevan un proceso de descubrimiento. El que iniciamos en el Teatro de la Puerta Estrecha es introspectivo, desgarrador y contundente.
No sé ustedes, pero quien suscribe esto cada vez disfruta más con experiencias como ésta: una obra capaz de provocar, de bucear en nuestro interior y extraer lo mejor o lo peor de nosotros mismos. Puede gustar o no, pero desde luego, no nos deja fríos ante el caudal de emociones que pasan por delante de nosotros.
La sensación que me produjo este itinerario rudo y onírico estuvo salpicada por una mezcla de desazón y nerviosismo. Resulta curioso porque mi acompañante salió fascinado por una historia de amor, la que vive una persona destruida donde aflora una pasión abigarrada a modo de metáfora de la destrucción. ¿Habíamos visto la misma obra? Desde luego que sí y las dos sensaciones fueron tan reales como ver algo a través de una mirilla o un ojo de cerradura: cambia la perspectiva.
En poco más de una hora tres actores consiguen dibujarnos paisajes anímicos difíciles de enmarcar: unos son desoladores, en otros se atisba una pequeña puerta a la esperanza. La puesta en escena sobria y sombría acentúa el componente de decadencia, una de las etiquetas que mejor catalogan este montaje arriesgado, aunque ya sabemos que los retos, una vez logrados, dejan mejor sabor de boca.
Un amor imposible subsiste en una atmósfera de crepúsculo, está abocado a la desaparición. Los recuerdos se mantienen y se engarzan a modo de los eslabones de una cadena. Margarite Duras fue tirando de la cadena que une a dos personajes casi inmóviles, en el fondo de una prisión. Y aunque nos muestra a dos desahuciados, les otorga el beneplácito de la duda, acerca de si podrán escapar o no de ese calabozo interior.
El director Rodolfo Cortizo hace frente a un texto complejo, lleno de idas al pasado y venidas al presente, y dota de más fuerza si cabe a la palabra, desnuda de artificios pero rica en matices. De este modo, el "dolor" que sale de la boca de cada uno de los actores se nos antoja más desgarrador. Detrás de esa sacudida se vislumbran los esfuerzos por dotar de credibilidad la narración, angustiosa y desconcertante, y a pesar de la frialdad, del corsé que mantiene oprimidos a los personajes –ya no vemos a los actores-, consigue emocionarnos.
Sólo un apunte más: ¿conocen este espacio escénico? Es muy posible que todavía no. Es lógico, tiene una puerta estrecha y parece disimulado. No es casual: detrás de los accesos más difíciles se esconden los mundos más interesantes. Ya tienen la excusa perfecta para visitarlo.
Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.
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