Director: Mario Gas
Intérpretes: Vicky Peña, Mohamed El Hafi, Hamid Danechvar, Roberto Álvarez, Jordi Collet, Elena Anaya y Mostafa El Houari, entre otros
Le damos un 8
Los hombres sobreviven mientras las mujeres nos guían por este viaje de ida y vuelta al horror. Y tras él, un esfuerzo loable por aprovechar el choque de culturas para montar una obra imprescindible.
La última aventura escénica de Mario Gas es de esas que prometen a priori: un reparto integrado por actores marroquíes, argelinos, iraníes y españoles, la pericia portentosa de Gloria Muñoz y Vicky Peña, y un tema que da para mucho, el de los conflictos olvidados tras los que sufren millones de seres anónimos condenados a una no-vida.
Empecemos por el principio o mejor, eludámoslo. Me explico: ¿cómo contar las piruetas escénicas de algunos intérpretes sin desmontar la obra? Difícil, créanme. Digamos, y perdonen por la simplificación, que Peña se mantiene, nos mantiene, en la cuerda floja. Todo lo digamos acerca de ella, de su admirable trabajo en la obra, sólo condicionará a los que vayan a verla y no queremos lacerar la emoción que provoca.
Luego está el contenido, muy seductor sobre el papel y complicado de llevar a las tablas: dos textos engarzados de manera inteligente, marcados por la insatisfacción, el ansia de conocer la verdad y la incomprensión infundada. Tony Kushner firma un teatro político interesante, hasta cierto punto apocalíptico, pero el autor tiene poco de visionario, con todo mi respeto hacia él. Otra cosa, y esto si que tiene mérito, es atreverse a contarlo de manera tan clara, por medio de un cúmulo de viajes, huidas que no son sino búsquedas interiores: el de una mujer encerrada en su cómoda prisión británica que nos lleva de la mano sólo con la palabra y su interpretación de una guía turística anticuada; el de los seres queridos que van en su búsqueda; el desesperado éxodo de una 'prisionera' del régimen talibán...
Y llegamos al montaje, tan espectacular que algunos de los que participan en él, los menos experimentados, llegan a perderse en algún momento aunque se sus intenciones son buenas. El escenario del Español muestra la decadencia de una tierra sometida a la indiferencia ('ella adoraba los lugares que el mundo había olvidado') y el hastío interior de los personajes principales, todo con un estudiado golpe de tramoya y ambientado con sonidos y lenguas exóticas, incomprensibles pero cercanas y familiares durante nuestro itinerario por la destrozada capital afgana.
Volvemos al corazón de Madrid con la sensación de haber participado de un espectáculo vivo y consistente, lleno de referencias visuales y existenciales, pródigo en confusión que te hace pensar y te permite salvar los aspectos que te han convencido menos: a pesar del cartón piedra con el que se construyen rocas y edificios mancillados, del esfuerzo por hablar en pastún, dari y esperanto e imitar miradas perdidas, nada huele a falso, y esto se consigue gracias a una mirada osada, comprometida y limpia sobre unos hechos a los que no se da solución. Por cierto, la tormenta ha durado más de tres horas y casi no nos hemos enterado de su duración. Eso es muy buen síntoma, sobre todo si cada vez se programan más obras al peso.
Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.
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