Director: Alex O’Dogherty
Intérprete: Alex O’Dogherty
Le damos un 7,5
Detrás de este título se esconde una desternillante declaración de intenciones firmada por un actor que va camino de convertirse en el payaso que quiere ser.
Nunca nos cansamos de afirmar que la fórmula del monólogo es una de las más arriesgadas a la hora de poner en escena. Mantener la atención durante más de hora y media y no sólo eso, sino provocar la carcajada continua, es una prueba de fuego para cualquier cómico y muy pocos pueden pasarla sin aderezos y elementos de apoyo.
Alex O’Dogherty es convincente en su papel de cicerone por el terreno de la risa y aunque todo nos suena, es capaz de proponer un humor fresco porque antes ha investigado en su trayectoria como payaso, rescatando todos sus referentes reales. El catálogo de guiños ancla todo el montaje a lo terrenal, sintiéndonos identificados en muchos momentos.
Se preguntará si es licito recurrir y explotar hasta la saciedad estas señales, tan conocidas como usadas por otros. Para nosotros lo es porque hacer humor de lo cotidiano incorporando el factor sorpresa se convierte en una osadía recomendable al 100%. A pesar de que su apellido siembre lo pone en duda, Alex O’Dogherty es andaluz y explota todos los tópicos relacionados con el gracejo supuestamente inherente a todos los que viven al sur de Despeñaperros. Es sólo una parte del montaje, construido con piezas engarzadas como las perlas de un collar.
El actor va de lo particular a lo general, nos ilustra con ejemplos el curioso manual de nuestra razón de ser y lo hace además dominando los momentos de tensión. Nada resulta improvisado aunque lo parezca. Con música compuesta por él mismo y la tranquilidad que proporciona un texto que conoce al dedillo –lleva muchos años con él-, el espectáculo indaga en la comunicación cómplice con el público que ocupa el graderío.
Hace unos años se dejó caer por el Teatro Alfil y pude reírme a gusto, al igual que el otro día en la Sala Triángulo. Dice que ha cambiado poco del texto original, aunque lo cierto es que me cuesta pensar que lo haya hecho. ¿Para qué? El resultado es un monólogo medido y coherente que confirma su capacidad como creador. Un artista con el objetivo a cuestas de hacer reír sin dejar de hacer pensar. Aunque eso venga luego.
Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.
Intérprete: Alex O’Dogherty
Le damos un 7,5
Detrás de este título se esconde una desternillante declaración de intenciones firmada por un actor que va camino de convertirse en el payaso que quiere ser.
Nunca nos cansamos de afirmar que la fórmula del monólogo es una de las más arriesgadas a la hora de poner en escena. Mantener la atención durante más de hora y media y no sólo eso, sino provocar la carcajada continua, es una prueba de fuego para cualquier cómico y muy pocos pueden pasarla sin aderezos y elementos de apoyo.
Alex O’Dogherty es convincente en su papel de cicerone por el terreno de la risa y aunque todo nos suena, es capaz de proponer un humor fresco porque antes ha investigado en su trayectoria como payaso, rescatando todos sus referentes reales. El catálogo de guiños ancla todo el montaje a lo terrenal, sintiéndonos identificados en muchos momentos.
Se preguntará si es licito recurrir y explotar hasta la saciedad estas señales, tan conocidas como usadas por otros. Para nosotros lo es porque hacer humor de lo cotidiano incorporando el factor sorpresa se convierte en una osadía recomendable al 100%. A pesar de que su apellido siembre lo pone en duda, Alex O’Dogherty es andaluz y explota todos los tópicos relacionados con el gracejo supuestamente inherente a todos los que viven al sur de Despeñaperros. Es sólo una parte del montaje, construido con piezas engarzadas como las perlas de un collar.
El actor va de lo particular a lo general, nos ilustra con ejemplos el curioso manual de nuestra razón de ser y lo hace además dominando los momentos de tensión. Nada resulta improvisado aunque lo parezca. Con música compuesta por él mismo y la tranquilidad que proporciona un texto que conoce al dedillo –lleva muchos años con él-, el espectáculo indaga en la comunicación cómplice con el público que ocupa el graderío.
Hace unos años se dejó caer por el Teatro Alfil y pude reírme a gusto, al igual que el otro día en la Sala Triángulo. Dice que ha cambiado poco del texto original, aunque lo cierto es que me cuesta pensar que lo haya hecho. ¿Para qué? El resultado es un monólogo medido y coherente que confirma su capacidad como creador. Un artista con el objetivo a cuestas de hacer reír sin dejar de hacer pensar. Aunque eso venga luego.
Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.
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