jueves, noviembre 09, 2006

Crítica: "Dralión", del Circo del Sol

Frente al ordenador recuerdo un sueño... Cada espectáculo de Circo del Sol es un viaje onírico por mundos fantásticos repletos de referencias reales, aunque lejanas en el tiempo, por el que nos conduce la magia de la luz y el sonido.

En "Dralion", y bajo el Grand Chapiteau, se conjugan los cuatro elementos (agua, tierra, fuego y aire), que adoptan forma humana reencarnándose en danzantes y acróbatas.

Alrededores de Québec, 1982: un foco de creatividad en contacto permanente con lo rural, Baie-Saint-Paul, atrae no solo a coleccionistas de arte y turistas, sino también a jóvenes artistas callejeros, malabaristas, tragafuegos y saltimbanquis. Entre aquel Club de los Tacones Altos y la gran empresa que hoy es Cirque du Soleil han pasado veintidós años.

Los 55 artistas de 12 países que dan forma a Dralion llegaron por primera vez a España el año pasado, después del estreno de esta producción -la número 12 de la compañía- hace cinco años en Montreal. Azala (diosa del aire, defensora del sol y la inmortalidad), Gaya (diosa de la tierra que posee en su interior calor humano), Yao (guía del fuego que oscila entre el bien y el mal) y Océane (diosa del agua y reina del movimiento), junto a sus descendientes, se bastan para levantar un puente entre Oriente y Occidente, entre la tradición milenaria china, las evocadoras sensaciones de la India y la pureza del corazón de África y sus ritmos tribales.

Las cuatro familias, simbolizadas por colores propios (azul, ocre, rojo y verde), se desplazan entre el pasado y el futuro, recreando visiones legendarias a través de impresionantes proezas acrobáticas que conectan con la filosofía que propugna la celebración de la vida, inspirándose en la armonía entre el hombre y la madre naturaleza. La experiencia vivida con Alegría, Quidam y Saltimbanco (anteriores espectáculos representados en España) nos demuestra que cada juego del Circo del Sol tiene una columna vertebral, un hilo conductor que hace las veces de cuerda que se tensa y mantiene en vilo al espectador.

Pero si definimos Dralion como un sueño, debemos decir que, en algunos momentos, este es ligero, con sobresaltos que despiertan y sacan de la atmósfera creada al público cuando entran en la pista los payasos; si bien logran arrancar la risa, perturban un poco, al no entroncar con el argumento central, dando como resultado un macromontaje elaborado por creaciones sueltas.

La música que arropa a los artistas se nutre de fuentes tradicionales africanas, asiáticas, arábigas e incluso andaluzas combinadas con sonidos sinfónicos y, en mayor parte, electrónicos. La base sonora arropa a los cantantes, la parte vocal y más vanguardista, un doble gurú ambiguo formado por hombre y mujer que se confunden entre sí, muy propio de la dicotomía reinante en Dralion, por cierto, mezcla de las palabras dragón y león.

Puede que la elección final del salto a la cuerda pueda desmerecer el conjunto, pero... ¿qué tiene el Circo del Sol que incluso cuando se cometen errores en la realización de los números, el público aplaude con más fuerza si cabe? El ballet de chinas menudas de puntillas sobre bombillas encendidas, la pieza del columpio ruso o el 'aerial pas de deux', baile sin red de la pareja entrelazada por una larga banda de tela azul, confirman que el Circo del Sol cuenta con las mejores herramientas mediante las que poder seguir soñando.

Texto escrito por Daniel Galindo.

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