Una norma no escrita asegura que el espectador tiene que verse reflejado en el teatro, aunque haya ocasiones en que no quiera reconocerse.
Ocasiones como, por ejemplo, cuando las cosas se pongan feas y el espejo escénico muestre situaciones desagradables, seres ingratos y realidades tristes. Es entonces cuando el teatro adopta la función de parapeto y, precisamente, como escudo y desde la tranquilidad de la trinchera de los observadores imparciales, vemos La retirada de Moscú, un inteligente duelo entre hombre y mujer al final de sus días como pareja, un alegato a favor de la máxima famosa en cuanto a su cuestionada heroicidad: ‘morir matando’.
Con estilo y un ritmo vertiginoso que ayuda a no detenerse más de lo necesario, la tragedia lleva implícita cierta carga de humor para hacerla más llevadera, al menos a los espectadores. La obra adolece de carencias afectivas pero no cierra puertas a la esperanza desde la simpatía de Kiti Manver, la compostura de Gerardo Malla y el quiero y no puedo de Toni Cantó, a la altura interpretativa de sus mayores aunque sin la veteranía de los dos animales de escena.
Aquí todos teorizan sobre el matrimonio, pero son incapaces de mantenerlo en pie. Las columnas que lo soportan son demasiado endebles y si la obra se extendiese, acabarían derruyéndose y saldríamos en busca de los mecanismos adecuados para efectuar el dichoso divorcio rápido. Si de tu vida en común con otra persona has podido sacar más de un año para dedicarlo a la resolución de crucigramas... ¡Mal asunto!
Resulta sorprendente la capacidad narrativa del extrovertido personaje femenino, una actitud que en Kiti Mánver es merecedora de mayor elogio. La actriz antequerana va atesorando una fuerza desmedida a lo largo de los 90 minutos que dura el montaje, equilibrando la balanza en la que se sitúa frente a su partenaire, un Gerardo Malla que se nos muestra demasiado contenido y comedido. Sin duda el texto lo marca así pero nos quedamos con ganas de ver otras facetas de esa bestia enjaulada en la tormentosa –para él- y maravillosa –para ella- relación de más de 35 años.
Un buen tándem forma con Mánver sobre el escenario aunque es por Luis Olmos, el director, por quien se tira a la piscina, ya sea esta diseñada por el británico William Nicholson (que también firmó Tierras de penumbra) o el fresco surgido del imaginario de Fernando Fernán-Gómez y recreado en "Las bicicletas son para el verano", donde Malla interpretó uno de sus papeles memorables. La productora Concha Busto protege el binomio creativo formado por ambos y lo guarda a buen recauda, no vaya a ser que venga otro y les camele.
En cuanto a la escenografía, la sensación de vacío es la nota dominante, una desolación en el mobiliario y los adornos que nos acercan en exclusiva al drama de los personajes y a su vez permite que sean ellos los que llenen el espacio, dotando de credibilidad y personificando los sentimientos de soledad, rutina y desesperanza. Saber que el final se aproxima condiciona la acción, resuelta con la dedicación de los militares más férreos, los que también saben que deben retirarse y ponerse a salvo de las bayonetas enemigas. Un buen ejercicio bélico, con dos bandos y un pobre en una trinchera abandonada, en tierra de nadie.
Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario