jueves, noviembre 30, 2006

Crítica: "Star Trip"



Le damos un 7,5

Gracias a la nave en que se convierte el Teatro Alfil pisamos por fin el nuevo planeta de la constelación creada por Yllana.

La parodia no ha muerto. Es el género más vivo. De eso saben los componentes de Yllana, que se adentran en terrenos cotidianos y reconocibles para hacer humor absurdo. Buscan en nuestro subconsciente de tal forma que la compañía madrileña confiere una importante carga de conocimientos ya aprehendidos al revoltijo de gracias que crean en cada espectáculo.

Se lo han trabajado durante 15 largos años y por ello cuentan desde hace tiempo con una legión de adeptos. Los incondicionales vamos a todos sus espectáculos con el convencimiento de que no nos van a defraudar. Siendo críticos, su humor ‘de autor’, la herramienta con la que han conseguido labrarse un espacio, se atisba con menos contundencia en Star Trip que en sus anteriores montajes.

Hace unos meses pudimos disfrutar de nuevo con 666, con la que llegaron al Olimpo del teatro gestual. Y allí se quedó, mientras ellos descendieron para afrontar una nueva escalada. La última, más galáctica que las otras, se les hace más cuesta arriba. Ataviados con los mismos pertrechos, parece que están a la zaga de nuevos logros, que igualen en entretenimiento a su obra cumbre.

Que nadie malinterprete estas palabras: siguen siendo igual de buenos, lo que ocurre es que el abuso de ciertos guiños les hace perder, o esconder en cierta manera, el componente de creatividad original que hasta ahora era visible en todos sus montajes. Coleccionistas de imágenes, los de Yllana deconstruyen las que tenemos en la retina y las presenta envueltas de una nueva sustancia.

En Star Trip se dedican a pasear por todos los referentes del cine de ciencia ficción de los 80, títulos de culto como Alien y Blade runner, sagas del estilo de Star Trek y cine de autor, como 2001: Una odisea en el espacio. El empleo de elementos audiovisuales puede llegar a distorsionar la esencia teatral, pero es tan poderoso el arma con el que se enfrentan a la apatía que no dejan de sorprendernos con propuestas (in)verosímiles. Se me olvidaba que estábamos en un universo paralelo.

Hemos tardado mucho en verles de nuevo en Madrid porque han estado rodando por España y fuera de nuestro país. Como buenos mesías vienen a predicar el buen humor. Y llegan al lugar donde saben que nadie les va a tirar la primera piedra (de goma sí se permiten): si los fieles distinguimos al Alfil como el templo del humor, el cargo de sumos sacerdotes recae con honores en los componentes de Yllana.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Crítica: "Odio a Hamlet"


Le damos un 7

Las salas alternativas suelen revelar agradables sorpresas a los que se acercan a ellas de cuando en cuando.

Este apunte asombrará muy poco a los que conocen, no sólo de oídas, espacios como Lagrada, Ítaca, Triángulo, Karpas y Guindalera, a donde llegamos siguiendo el rastro que Shakespeare deja en la cartelera.

La presencia del autor inglés es incombustible, pero siempre hay quien la pone en liza. Odio a Hamlet juega precisamente con esa vigencia de los clásicos en un mundo donde incluso el mejor actor acaba siendo un corrupto al servicio del vil metal. Este texto no deja lugar a dudas, la puesta en escena tampoco: seis actores en un ejercicio de teatro dentro del teatro, que bebe de un estilo que trasluce la ilusión de vivir de un arte.

Quizá le falte algo de concisión, ya que las casi dos horas que dura pueden dilatar el mensaje que deja entrever la sempiterna lucha entre la fama y la calidad. Es divertido ver como echa pestes -de manera comedida eso sí, acerca de la filosofía que inculca la televisión actual a través de sus casposos entresijos y las artimañas que buscan el lucro por encima de todo.

Personificamos la labor impagable que realizan los artesanos del entramado teatral madrileño en la compañía que ha cosechado aplausos con la obra En torno a la Gaviota de Chejov y que entretiene, bastante, con un montaje recomendable por su contenido crítico. Pero tiene pegas, sí. Aunque no las vi, me apropio de un comentario, para que vean que no somos parciales: nada más salir de la Guindalera me animó el camino hasta el Metro una espectadora, que debía ser una entendida en Paul Rudnick (autor de un bodrio para ella), porque sólo gritaba que la versión que había hecho el director Juan Pastor era horrorosa; que los actores eran patéticos y el decorado, un horror.

Créanme, llegué a pensar si habíamos estado viendo la misma obra después de asistir a este improvisado ejercicio de teatro fuera del teatro. Todo lo contrario a lo que nos propone, en mi opinión de manera acertada, Pastor y su gente dentro de la sala. Me quedo con un deseo que no desmerece el trabajo de la Guindalera, el de ver este Odio a Hamlet en manos de Kenneth Branagh.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

jueves, noviembre 16, 2006

Crítica: "Mar y Cielo"


Director: Joan Lluís Bozzo
Intérpretes: Carlos Gramaje, Julia Möller, José Ricarado Truchado, Anna Moliner, Ferrán Frauca, Víctor Ullate Roche, Carlos Álvarez, entre otros


Le damos un 6,5

Haciendo frente a las tormentas, el barco de Dagoll Dagom consigue mantenerse a flote a pesar de estar a punto de zozobrar en su itinerario lineal, con escasos momentos de emoción.

Cuesta hablar de un espectáculo que es toda una institución. Según las estadísticas, 1 de 8 habitantes de Cataluña ha visto alguno de los dos montajes de Mar i Cel, separados entre sí por más de 15 años. Muchos de los espectadores habrán repetido, por lo que los recuentos ya empiezan a tambalearse. Lo que no se pone en duda es que sus canciones son himnos popularizados por dos generaciones... pero en catalán.

Aunque parezca una osadía por ir a contracorriente del clamor general, la riqueza lingüística de España está desaprovechada. Desde un punto de vista comercial, muchos alzarían su voz si en Madrid se representase la obra con subtítulos en castellano. ¿Perdería espectadores? ¿ Nadie piensa en lo que se ganaría en términos artísticos? La palabra en castellano no suena mal, pero las canciones, su ritmo y cadencia, son más sutiles y cálidas en catalán en esta historia que, curiosamente, está mejor cantada que narrada.

Mar y Cielo nos relata el encuentro de civilizaciones a partir de un hecho histórico: la expulsión de los moriscos en el siglo XVII. Los hechos se ilustran con pasajes breves –el primero rompe esa tónica-, tamizados por la música y soluciones escénicas bastante originales. La vistosa puesta en escena está en manos de acróbatas, que otorgan dinamismo a la acción. Del resto, sobresalen algunos intérpretes como Julia Möller que pone su poderío vocal al servicio de los temas Estoy sola y Porque he llorado.

La obra va cogiendo fuelle a medida que avanza, pero el segundo acto, que en su inicio promete cambios, nos devuelve la calma chicha. Cuando la esencia de algunas escenas cae por repetitivas nos queda refugiarnos en la calidad de la escenografía, llena de detalles que quedan soterrados por culpa o gracia de la imponente nave. Este preciado objeto de museo, símbolo de fortaleza, se convierte en el único escenario durante las dos horas que dura el espectáculo con el peligro de que los espectadores más hipocondríacos puedan marearse.

Recomendado para los más pequeños por el mensaje de entendimiento cordial que subyace a lo largo de toda la trama, los adultos, que saben que Mar y Cielo habla de utopías, deben contentarse con un musical que cumple su cometido, el de entretener, poniendo de manifiesto la capacidad de generar industria a partir de un trabajo de artesanos.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

viernes, noviembre 10, 2006

Crítica: "Chup Suey"


Le damos un 7,5

La frescura de la improvisación –ya saben , la mejor es la ensayada- constituye el eje central de un espectáculo que permite evadirnos durante un par de horas, que ya es algo.

El chop suey es un revoltijo de verduras y tiritas de carne popular en Norteamérica pero cocinado a la usanza asiática. El Chup Suey, con u, es un plato cómico elaborado con gracia y un cúmulo de referentes. Un amalgama de risas y humor inteligente, de fácil digestión y sabor perdurable a pesar de consumirse de manera casi instantánea.

Nadie se sube en un escenario sin la querencia de buscar la complicidad del público. El teatro vive de lo que opinen los demás, pero el que busca la risa cumple una función determinada. Los miembros de Impromadrid han dado en la clave: la capacidad de decidir o tener la sensación de marcar los designios de algo nos convierte en un público más dúctil. Nos sentamos en la butaca con la sensación de que tenemos la sartén cogida por el mango pero engañados de manera vil aunque bastante acertada. Tenemos la aparente intención de dirigir a las marionetas y volvemos a sentirnos ridículos cuando descubrimos que tras ellas se esconden solventes profesionales de la escena, ágiles comediantes de verbo fácil y mente rápida.

Los actores pondrán en escena lo que nosotros digamos, no pueden negarse ante los infortunios del azar. Con la entrada nos dan una cartulina en la que tenemos que escribir una frase, un chiste, una palabra. Se imaginarán que hay de todo: desde expresiones soeces a intrincadas reflexiones filosóficas. Ellos no se achantan ante nada y es difícil cogerles en un brete: como buenos equilibristas, hacen frente a la peor de las tormentas. El hecho de que sus números se sucedan de manera espontánea y parezcan sencillos no oculta la técnica precisa que les permite poner en escena 6 ó 7 pequeñas obras de teatro.

Si sacamos nuestro lado más puntilloso, Chup Suey entronca con otro espectáculo que recorre España: Imprebís, el ejercicio de improvisación de la compañía valenciana L’Om-Imprebis. A partir de las similitudes entre ambos trabajos, que son muchas, debemos destacar que los dos montajes responden a un mismo esquema de trabajo, una práctica a medio camino entre el arte y la técnica, que constituye una disciplina escénica. A los chicos de Impromadrid les sirve de base a la hora de levantar piezas diferentes que saben a poco.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

jueves, noviembre 09, 2006

Crítica: "La revelación", de Leo Bassi


Le damos un 7

Antes de ir al teatro a ver su nuevo montaje, ya sabía que Leo Bassi era provocador, insolente y, hasta cierto punto, desagradable. Era complicado que dejase a un lado mis ideas sobre un personaje mediático que aprovecha la mínima oportunidad para desnudarse o comer excrementos y quedarse tan pancho.

Consciente de que en algún momento empezaría a tomar forma la relación provocador-provocado para truncarse sin más, me senté en una butaca algo alejada del escenario –por lo que pudiera pasar- y empecé a rezar ante lo que se venía encima. Pero no hubo espectáculo como tal; al menos no empezó a su hora, ya que fue interrumpido por el Papa Benedicto XVI: una breve parada en Madrid para pedir perdón por los crímenes cometidos en nuestro país por la Inquisición, cuestionar el papel de la Iglesia Católica durante la Guerra Civil y condenar las matanzas de indígenas en pro de la evangelización de los territorios americanos.

En su línea, Leo Bassi no deja títere con cabeza, y tras arremeter con fuerza contra las grandes religiones monoteístas, judaísmo, islamismo y cristianismo, se detiene en esta última para criticarla en nombre de científicos, filósofos y humanistas callados a lo largo de la historia. Siéntese de forma cómoda porque iniciará su discurso con el Génesis y las andanzas de Adán y Eva en el Paraíso, y de ahí, hasta la elección del último Santo Padre, hay un buen trecho.

Lo que será blasfemia para el despistado que se cuele en el patio de butacas, será prodigio del monólogo para el resto ya que razón no le falta al autodenominado bufón en su interpretación de los textos sagrados e intachables para algunos. Es claro en sus principios y comienza el espectáculo con una singular declaración de intenciones que parte de la premisa de la pretensión de abandonarnos, después de hora y media de palabrería, al más rotundo ateísmo. Fundamentalista laico, Bassi recuerda como se acentúo su creencia tras asistir a través de la televisión a los funerales del Papa Juan Pablo II, un ejemplo de fraternidad entre no-iguales mientras en el mundo se seguía matando, también en nombre de la religión.

Su teatro comprometido no está cimentado sobre historias con trasfondo social al estilo de compatriotas como Darío Fo. El histriónico cómico italiano se decanta por la provocación y, micrófono en mano, imita a los predicadores que pululan por las pantallas de televisión estadounidenses, otorgando protagonismo a la manzana, la culpable de que hayamos salido del Edén, no sin olvidar a la pobre serpiente, en definitiva una muestra más de la capacidad narradora del artista que hurga para sacar nuestra reflexión.

Salí del teatro con la impresión de que estaba viendo al mismo Bassi que aparecía en televisión, más irrespetuoso si cabe al estar entre amigos afines a su pensamiento. Me gustó la sensación de ser cómplice durante el espectáculo y que, a pesar de que había carcajadas un tanto desmesuradas por el trabajo gestual del cómico -perdón, bufón-, primase el contenido del texto, irónico y vehemente. Una contra respuesta necesaria a los sermones de otros.

Ahora la obra sigue camino y pronto llegará al sur.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Crítica: "Imprebís. Etiqueta negra"


Director: Michel López / Santiago Sánchez
Intérpretes: Carles Castillo, Carles Montoliu
Estreno: 1 de febrero de 2006; Teatro Alfil (Madrid)

Le damos un 8

Si pienso en Imprebís imagino al grupo de cómicos que montaban el chiringuito a sabiendas de que su público iba a olvidar durante su representación las penurias laborales y cargas reales de la jornada que tocaba a su fin.

Así les veo, como teatreros que toman sus aperos y abonan el terreno desde la imaginación, donde hay tanto por labrar. Se confirmaron haciendo la mejor adaptación teatral de la obra de Miguel de Cervantes de cuantas han pasado durante el IV centenario, antes incluso de que las demás vivieran de los fastos del acto. Quijote fue mejor, más divertida y quizás más valiente, no por ese afán de adelantarse al común de los mortales, sino por la variedad de técnicas y registros empleados.

Demostrando por tanto que llegan al público con teatro de texto (Galileo y La mujer invisible lo corroboran) vuelven a una parte de sus orígenes, el teatro sin texto o mejor dicho, basado en una línea o tres palabras: el más difícil todavía. Hace años, 4 ó 5, leí en esta misma página web que Imprebís 'era uno de esos montajes que recomiendas a los amigos, que puede tirarse años de gira y seguir llenando, que ves mil veces y no te cansas, porque lo genial es que cada representación es única'. Se me vino a la mente la palabra 'exagerada'. Ahora yo, después de ver el espectáculo varias veces, exalto el término 'equilibrista' y doy por seguro que Santiago Sánchez y sus compañeros parecen alimentarse de la adrenalina que produce estar al filo del abismo y ese interés por acariciar el riesgo les ha llevado a recuperar uno de los espectáculos más vistos en Madrid y en toda España, en edición especial, de etiqueta, por cumplir las 1.000 funciones en 11 países.

Enganchan al público al hacerlo partícipe de su juego (del que hay que eliminar toda connotación de sencillez), toman una tarjeta escrita por una mente retorcida y en menos de 60 segundos confieren a la frase o la palabra en cuestión una estructura teatral mientras Yayo Cáceres anima nuestra espera con una composición musical también inventada al momento. Y es entonces cuando llega la hora de hacer reír, de que los actores se prostituyan escénicamente para nosotros, con el acompañamiento también de una iluminación que realza el drama.

Dicen que la mejor improvisación, en toda puesta en escena, deviene de aquella más ensayada. Ellos han tenido casi 20 años para aprender pero nunca dejarán de hacerlo. Los dos Carles, Montoliu y Castillo, dan muestra de todo el teatro aprehendido en sus muchos años de experiencia, dos actores que escenifican una idea y el propio proceso de creación bajo la atenta e ilusionada mirada de su director.

Si a improvisación unimos compenetración vemos a los hombres de teatro de L’Om - Imprebis como una maquinaria engrasada y dispuesta a rendir al máximo. Y el Alfil es un escenario especial donde -al igual que grupos como Yllana, Sexpeare y Teatro Meridional- se sienten a gusto y pueden comprobar la reacción del público que, a pesar de que ellos lo nieguen, saben qué van a encontrar: un espectáculo vivo, crítico, inteligente y tremendamente entretenido... ¿qué más se puede pedir al teatro?

Un experto en improvisación se refería a ellos diciendo que se encontraban a años luz de los que siguen su estela y permítanme que, mojándome hasta el cuello –al igual que ellos durante la función-, le de toda la razón, porque de una técnica han sabido hacer un arte nada improvisado.

Versión completa del texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Crítica: "Dralión", del Circo del Sol

Frente al ordenador recuerdo un sueño... Cada espectáculo de Circo del Sol es un viaje onírico por mundos fantásticos repletos de referencias reales, aunque lejanas en el tiempo, por el que nos conduce la magia de la luz y el sonido.

En "Dralion", y bajo el Grand Chapiteau, se conjugan los cuatro elementos (agua, tierra, fuego y aire), que adoptan forma humana reencarnándose en danzantes y acróbatas.

Alrededores de Québec, 1982: un foco de creatividad en contacto permanente con lo rural, Baie-Saint-Paul, atrae no solo a coleccionistas de arte y turistas, sino también a jóvenes artistas callejeros, malabaristas, tragafuegos y saltimbanquis. Entre aquel Club de los Tacones Altos y la gran empresa que hoy es Cirque du Soleil han pasado veintidós años.

Los 55 artistas de 12 países que dan forma a Dralion llegaron por primera vez a España el año pasado, después del estreno de esta producción -la número 12 de la compañía- hace cinco años en Montreal. Azala (diosa del aire, defensora del sol y la inmortalidad), Gaya (diosa de la tierra que posee en su interior calor humano), Yao (guía del fuego que oscila entre el bien y el mal) y Océane (diosa del agua y reina del movimiento), junto a sus descendientes, se bastan para levantar un puente entre Oriente y Occidente, entre la tradición milenaria china, las evocadoras sensaciones de la India y la pureza del corazón de África y sus ritmos tribales.

Las cuatro familias, simbolizadas por colores propios (azul, ocre, rojo y verde), se desplazan entre el pasado y el futuro, recreando visiones legendarias a través de impresionantes proezas acrobáticas que conectan con la filosofía que propugna la celebración de la vida, inspirándose en la armonía entre el hombre y la madre naturaleza. La experiencia vivida con Alegría, Quidam y Saltimbanco (anteriores espectáculos representados en España) nos demuestra que cada juego del Circo del Sol tiene una columna vertebral, un hilo conductor que hace las veces de cuerda que se tensa y mantiene en vilo al espectador.

Pero si definimos Dralion como un sueño, debemos decir que, en algunos momentos, este es ligero, con sobresaltos que despiertan y sacan de la atmósfera creada al público cuando entran en la pista los payasos; si bien logran arrancar la risa, perturban un poco, al no entroncar con el argumento central, dando como resultado un macromontaje elaborado por creaciones sueltas.

La música que arropa a los artistas se nutre de fuentes tradicionales africanas, asiáticas, arábigas e incluso andaluzas combinadas con sonidos sinfónicos y, en mayor parte, electrónicos. La base sonora arropa a los cantantes, la parte vocal y más vanguardista, un doble gurú ambiguo formado por hombre y mujer que se confunden entre sí, muy propio de la dicotomía reinante en Dralion, por cierto, mezcla de las palabras dragón y león.

Puede que la elección final del salto a la cuerda pueda desmerecer el conjunto, pero... ¿qué tiene el Circo del Sol que incluso cuando se cometen errores en la realización de los números, el público aplaude con más fuerza si cabe? El ballet de chinas menudas de puntillas sobre bombillas encendidas, la pieza del columpio ruso o el 'aerial pas de deux', baile sin red de la pareja entrelazada por una larga banda de tela azul, confirman que el Circo del Sol cuenta con las mejores herramientas mediante las que poder seguir soñando.

Texto escrito por Daniel Galindo.

Crítica: "Almacenados"

Más de un año cosechando aplausos. Y no es para menos: José Sacristán reapareció la temporada pasada en la piel de un 'dignificado por el trabajo'.

Este inteligente texto de David Desola nos ofrece argumentos sólidos que echan por tierra las consignas lanzadas por los más altos mandatarios de los sistemas capitalista y comunista. Muchos trabajos están vacíos de contenido, y el autor lo pretende materializar por medio de la historia de "Almacenados": cinco intensas jornadas en la relación entre un encargado de almacén a punto de jubilarse y el joven destinado a sustituirle.

El eterno dilema: veteranía frente a juventud pujante. Para colmo de males, las manecillas del reloj dictan nuestro desasosiego ante la interminable espera y ante la nada. ¿Qué podemos esperar de un texto que toma de forma acertada algunos flecos del "Esperando a Godot" de Samuel Beckett? Los nuestros aguardan la llegada del camión que revolucionará algunas horas de una triste y aburrida jornada. Ayuda la fría y convincente escenografía de Jon Berrondo y las acertadas las transiciones entre escenas, una por día de la semana lo que nos hace atisbar el viernes.

Reconocemos en Sacristán al discípulo de los grandes del siglo XX, al compañero de generación de Charo López, Joan Crosas, Juan Diego, José Luis Gómez y Nuria Espert, y al maestro de los de nueva hornada. Y el joven Carlos Santos, que lo es, tiene mucha experiencia sobre las tablas a las órdenes de Gustavo Tambascio, Sergi Belbel, Mauricio Scaparro y José Tamayo. Una pareja que da satisfacciones parecidas a las de Luisa Martín y Silvia Abascal en "Historia de una vida", aunque aquí las enseñanzas, las contenidas en el texto, provengan del menor de los sujetos.

Al director Juan José Afonso le surgió la duda nada más leerla: ¿comedia o tragedia? Quienes la hemos visto podemos responder: a nuestro parecer, la vida misma. A sus 34 años, Desola demuestra cómo sacar ironía del árbol que está a punto de caer, y confiere al tiempo el honor del protagonismo, un tercero en discordia, ese tiempo que una vez pasado nos hará degustar aún más el caramelo de "Almacenados".

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Crítica: "La retirada de Moscú"

Una norma no escrita asegura que el espectador tiene que verse reflejado en el teatro, aunque haya ocasiones en que no quiera reconocerse.

Ocasiones como, por ejemplo, cuando las cosas se pongan feas y el espejo escénico muestre situaciones desagradables, seres ingratos y realidades tristes. Es entonces cuando el teatro adopta la función de parapeto y, precisamente, como escudo y desde la tranquilidad de la trinchera de los observadores imparciales, vemos La retirada de Moscú, un inteligente duelo entre hombre y mujer al final de sus días como pareja, un alegato a favor de la máxima famosa en cuanto a su cuestionada heroicidad: ‘morir matando’.

Con estilo y un ritmo vertiginoso que ayuda a no detenerse más de lo necesario, la tragedia lleva implícita cierta carga de humor para hacerla más llevadera, al menos a los espectadores. La obra adolece de carencias afectivas pero no cierra puertas a la esperanza desde la simpatía de Kiti Manver, la compostura de Gerardo Malla y el quiero y no puedo de Toni Cantó, a la altura interpretativa de sus mayores aunque sin la veteranía de los dos animales de escena.

Aquí todos teorizan sobre el matrimonio, pero son incapaces de mantenerlo en pie. Las columnas que lo soportan son demasiado endebles y si la obra se extendiese, acabarían derruyéndose y saldríamos en busca de los mecanismos adecuados para efectuar el dichoso divorcio rápido. Si de tu vida en común con otra persona has podido sacar más de un año para dedicarlo a la resolución de crucigramas... ¡Mal asunto!

Resulta sorprendente la capacidad narrativa del extrovertido personaje femenino, una actitud que en Kiti Mánver es merecedora de mayor elogio. La actriz antequerana va atesorando una fuerza desmedida a lo largo de los 90 minutos que dura el montaje, equilibrando la balanza en la que se sitúa frente a su partenaire, un Gerardo Malla que se nos muestra demasiado contenido y comedido. Sin duda el texto lo marca así pero nos quedamos con ganas de ver otras facetas de esa bestia enjaulada en la tormentosa –para él- y maravillosa –para ella- relación de más de 35 años.

Un buen tándem forma con Mánver sobre el escenario aunque es por Luis Olmos, el director, por quien se tira a la piscina, ya sea esta diseñada por el británico William Nicholson (que también firmó Tierras de penumbra) o el fresco surgido del imaginario de Fernando Fernán-Gómez y recreado en "Las bicicletas son para el verano", donde Malla interpretó uno de sus papeles memorables. La productora Concha Busto protege el binomio creativo formado por ambos y lo guarda a buen recauda, no vaya a ser que venga otro y les camele.

En cuanto a la escenografía, la sensación de vacío es la nota dominante, una desolación en el mobiliario y los adornos que nos acercan en exclusiva al drama de los personajes y a su vez permite que sean ellos los que llenen el espacio, dotando de credibilidad y personificando los sentimientos de soledad, rutina y desesperanza. Saber que el final se aproxima condiciona la acción, resuelta con la dedicación de los militares más férreos, los que también saben que deben retirarse y ponerse a salvo de las bayonetas enemigas. Un buen ejercicio bélico, con dos bandos y un pobre en una trinchera abandonada, en tierra de nadie.

Texto escrito por
Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Crítica: "Alegría", de Circo del Sol


Le damos un 7,5

Resulta difícil que la primera vez que asistimos a un espectáculo del Circo del Sol salgamos defraudados.

Es la baza con la que juegan los creadores de cualquier montaje de una factoría que combina arte y funambulismo sobre trapecio, cuerda floja, barras y camas elásticas, ejercicios gimnásticos que devuelven protagonismo a viejas glorias del deporte.

Alegría fue su tarjeta de presentación en nuestro país: en 1998 algunos pudieron comprobar hasta qué punto la palabra circo encerraba aquí también su sentido más coloquial, el que evoca desorden y caos. La acertada confusión de sensaciones e imágenes es lo que propone el equilibrado reparto de obreros del arte, menos bohemios que sus predecesores, los que recorrían los polvorientos caminos antes de revolucionar por unos días la tranquilidad de una ciudad.

En la última década han traído 3 espectáculos más: Quidam, Saltimbanco y Dralión. Todos comparten estructura común y, a pesar de cuidar otros elementos también espectaculares, los cabezas visibles suelen ser los que se suben a lo alto, los acróbatas. Sobre ellos recae en primera instancia la responsabilidad de encantar, es decir, atraer o ganar la voluntad de alguien por dones naturales, ya sea la hermosura, la gracia, la simpatía o el talento. Los que ponen en escena Alegría atesoran el cuarteto de virtudes.

No es difícil mantener el listón si los números circenses se distribuyen a lo largo de un paseo dramático potente. Ese hilo puede ser más visible en unos espectáculos que en otros. Saltimbanco narraba la historia de un heredero muy especial; Dralión planteaba un malabarismo entre las fuerzas de los 4 elementos naturales y el encuentro entre Oriente y Occidente. El que sustenta Alegría es demasiado fino y pocos son capaces de distinguir la lucha por el poder de dos generaciones: los viejos y torpes pájaros de un régimen decadente y los gráciles y sutiles representantes de la nueva era.

En caso de que el argumento sea opaco, el sueño propuesto queda como una mera sucesión de números circenses interrumpidos por payasos que no suelen tener relación con la temática desarrollada. Aún así, el poder de la magia está tan estudiado y milimetrado que es difícil que el colorido, la música, la luz y la profusión de elementos no nos atrape. El consejo de dejarse llevar y liberar la mente de referencias culturales es fundamental para entrar en el sueño propuesto por unos alquimistas experimentados.

En momentos en que la precisión plástica no tiene entereza por sí sola, el elemento sorpresa juega un importante papel. Siempre con un aire similar, la capacidad de asombro suele renovarse casi sin esfuerzo cada dos años en ciudades fijas en sus giras, las visitadas de manera regular por una compañía que lleva 22 años jugando con nuestro interés por ilusionarnos al entrar, por unos minutos, en el paraíso.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

miércoles, noviembre 01, 2006

Crítica: "Y tú... ¿de qué te ries?


Director: Alex O’Dogherty
Intérprete: Alex O’Dogherty

Le damos un 7,5

Detrás de este título se esconde una desternillante declaración de intenciones firmada por un actor que va camino de convertirse en el payaso que quiere ser.

Nunca nos cansamos de afirmar que la fórmula del monólogo es una de las más arriesgadas a la hora de poner en escena. Mantener la atención durante más de hora y media y no sólo eso, sino provocar la carcajada continua, es una prueba de fuego para cualquier cómico y muy pocos pueden pasarla sin aderezos y elementos de apoyo.

Alex O’Dogherty es convincente en su papel de cicerone por el terreno de la risa y aunque todo nos suena, es capaz de proponer un humor fresco porque antes ha investigado en su trayectoria como payaso, rescatando todos sus referentes reales. El catálogo de guiños ancla todo el montaje a lo terrenal, sintiéndonos identificados en muchos momentos.

Se preguntará si es licito recurrir y explotar hasta la saciedad estas señales, tan conocidas como usadas por otros. Para nosotros lo es porque hacer humor de lo cotidiano incorporando el factor sorpresa se convierte en una osadía recomendable al 100%. A pesar de que su apellido siembre lo pone en duda, Alex O’Dogherty es andaluz y explota todos los tópicos relacionados con el gracejo supuestamente inherente a todos los que viven al sur de Despeñaperros. Es sólo una parte del montaje, construido con piezas engarzadas como las perlas de un collar.

El actor va de lo particular a lo general, nos ilustra con ejemplos el curioso manual de nuestra razón de ser y lo hace además dominando los momentos de tensión. Nada resulta improvisado aunque lo parezca. Con música compuesta por él mismo y la tranquilidad que proporciona un texto que conoce al dedillo –lleva muchos años con él-, el espectáculo indaga en la comunicación cómplice con el público que ocupa el graderío.

Hace unos años se dejó caer por el Teatro Alfil y pude reírme a gusto, al igual que el otro día en la Sala Triángulo. Dice que ha cambiado poco del texto original, aunque lo cierto es que me cuesta pensar que lo haya hecho. ¿Para qué? El resultado es un monólogo medido y coherente que confirma su capacidad como creador. Un artista con el objetivo a cuestas de hacer reír sin dejar de hacer pensar. Aunque eso venga luego.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.