Le damos un 6,5
Afrontar un estreno siempre es motivo de respeto. Si además el espectador se siente identificado con alguno de los personajes, a pesar de su halo trágico, y se divierte, el trabajo está casi hecho.
Luego es verdad que hay montajes más pulidos, mejor cerrados... Pero en general, la tragedia de la chica que se duerme, cumple su función principal, al menos para el público, que es la de contribuir a que pase una hora entretenido, olvidándote del mundo más real.
Y aunque se escuchara más de un comentario tras la representación apuntando a que no se le pueden pedir peras a un olmo, también hay quien piensa lo contrario, y no es que vayamos a realizar experimentos genéticos pero sí exigir más a los jóvenes que están detrás de esta comedia de verano –por etiquetar- ya que, además, van por muy buen camino.
El humor fluye en el ambiente, de manera sutil, por momentos más acuciado... Los responsables de este montaje han sabido exprimir la tragedia en su formato más clásico (en todos los sentidos) y nos la sirven para que la bebamos de un sorbo, sin tiempo para que el jugo teatral se nos caliente en el vaso. En menos de una hora conocemos la historia de amor de dos personajes condenados a vivir en realidades paralelas o mejor dicho, en la misma, aunque con horarios cambiados.
Poco más se necesita para anclar en nuestro subconsciente esta fantasía, más allá de un texto correcto y una escenografía bastante sencilla y, eso sí, sugerente. Quizás se diluya algo el mensaje trascendental acerca del paso del tiempo, la vida, la muerte, la vías paralelas incapaces de que se crucen en un futuro... Pero da igual, estamos en verano y la mente necesita de divertimentos como éste.
Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.
domingo, julio 15, 2007
Crítica: Cuerpo de mayor
Le damos un 8
Sugerente, conciso y nada pretencioso, así es el broche final de las tres obras que, bajo el genérico título de Nada es casual, ha vomitado (en el buen sentido) un gestor de mentes inquietas.
Hay algo, por encima de todo, que caracteriza a los grandes administradores: un tipo inteligente sabe que debe rodearse de gente que también lo es. Y qué es una obra de teatro si no una creación colectiva. Si, además, el esfuerzo ha dado frutos bajo una atmósfera de energía positiva, el resultado es mucho mejor para el público que asiste a cualquier representación.
Todo esto sirve para que les diga que Alberto Jiménez, además de un excelente intérprete, es un pródigo, inquieto e inquietante creador. No vamos a abrir aquí el debate acerca de los actores en su faceta como creadores, que lo son a mi parecer, pero permítanme que le atribuya a Jiménez el título de gestor "en escena".
Sobre la base, el tema de la muerte, también el de la vida por supuesto –ambas van de la manita-, el metódico actor se despoja de convencionalismos para recordarnos que desde nuestro nacimiento estamos encaminados hacia el adiós definitivo. Ahora bien, como no nos lo tomemos con humor, mal vamos. Eso es lo que hacen Jiménez y su gente, que dan vida a un catálogo de seres y esencias emocionales: lo sazonan todo con una especial sutileza irónica que ancla a tierra cada uno de los paisajes oníricos que conforman este entretenido puzzle.
De la anécdota surge un mundo y el relato, la descripción, adoptará una forma u otra en función de quién lo narre y cómo lo haga. Aunque parezca una obviedad, aquí el padre de la criatura tiene mucho que decir y aún le queda mucho por contar, pero a veces es mejor respetar la ortografía escénica y marcar un punto final. Da la sensación de que este Cuerpo de mayor es una retirada a tiempo que responde a un interés por no alargar lo que, por otro lado, sería muy fácil de eternizar.
De esta forma, Alberto cierra la aventura iniciada con Nada es casual con una experiencia que da ganas de más y claro, deja en nosotros una sensación de vigor y buen rollo al salir de la Cuarta Pared –a pesar de lo duro del mensaje- que tenemos que canalizar de alguna manera, pensando quizás que pronto empezará a elucubrar otra historia, si es que no lo está haciendo ya. Que siga, que siga…
Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.
Sugerente, conciso y nada pretencioso, así es el broche final de las tres obras que, bajo el genérico título de Nada es casual, ha vomitado (en el buen sentido) un gestor de mentes inquietas.
Hay algo, por encima de todo, que caracteriza a los grandes administradores: un tipo inteligente sabe que debe rodearse de gente que también lo es. Y qué es una obra de teatro si no una creación colectiva. Si, además, el esfuerzo ha dado frutos bajo una atmósfera de energía positiva, el resultado es mucho mejor para el público que asiste a cualquier representación.
Todo esto sirve para que les diga que Alberto Jiménez, además de un excelente intérprete, es un pródigo, inquieto e inquietante creador. No vamos a abrir aquí el debate acerca de los actores en su faceta como creadores, que lo son a mi parecer, pero permítanme que le atribuya a Jiménez el título de gestor "en escena".
Sobre la base, el tema de la muerte, también el de la vida por supuesto –ambas van de la manita-, el metódico actor se despoja de convencionalismos para recordarnos que desde nuestro nacimiento estamos encaminados hacia el adiós definitivo. Ahora bien, como no nos lo tomemos con humor, mal vamos. Eso es lo que hacen Jiménez y su gente, que dan vida a un catálogo de seres y esencias emocionales: lo sazonan todo con una especial sutileza irónica que ancla a tierra cada uno de los paisajes oníricos que conforman este entretenido puzzle.
De la anécdota surge un mundo y el relato, la descripción, adoptará una forma u otra en función de quién lo narre y cómo lo haga. Aunque parezca una obviedad, aquí el padre de la criatura tiene mucho que decir y aún le queda mucho por contar, pero a veces es mejor respetar la ortografía escénica y marcar un punto final. Da la sensación de que este Cuerpo de mayor es una retirada a tiempo que responde a un interés por no alargar lo que, por otro lado, sería muy fácil de eternizar.
De esta forma, Alberto cierra la aventura iniciada con Nada es casual con una experiencia que da ganas de más y claro, deja en nosotros una sensación de vigor y buen rollo al salir de la Cuarta Pared –a pesar de lo duro del mensaje- que tenemos que canalizar de alguna manera, pensando quizás que pronto empezará a elucubrar otra historia, si es que no lo está haciendo ya. Que siga, que siga…
Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.
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